Un maestro de seducción

Hay que ser muy grande o especialmente carismático para que tu apellido o tu nombre, sin serlo por naturaleza, se conviertan en adjetivos. No estamos hablando de apellidos como Delgado, Franco, Bravo o Bello. Hablamos de apellidos como, por ejemplo, Fittipaldi. Hace unas décadas, decir “eres un fittipaldi” era sinónimo de decir “eres veloz” o “corres mucho”. Gracias a la inventiva popular, siempre tan rica e imaginativa, el apellido de un piloto brasileño de Fórmula 1 ganador de dos campeonatos del mundo (1972 y 1974) y de 14 victorias en Grandes Premios se convertió en adjetivo en aquella década de los setenta del siglo XX que hoy nos suena un poco a Cuéntame pero que sin embargo está un poco ahí, a la vuelta de la esquina, convertida en memoria sentimental de toda una generación.

En el mundo de la seducción, si hay un apellido que ha adquirido la insigne categoría de sinónimo de adjetivos como seductor, galán, enamorador, mujeriego, conquistador, etc., ése es el de casanova. Decir Casanova es nombrar a uno de los grandes seductores de la Historia. Tan grande y mítico que, como decimos, consiguió que su apellido se convirtiera en un adjetivo que sirve para calificar a ese hombre profesional de la seducción ante cuyos pies las mujeres caen rendidas de admiración y amor.

Giacomo Casanova fue un fascinante hombre del siglo XVIII (nació en 1725 y murió en 1798), un veneciano hijo de comediantes que consiguió relacionarse con reyes, obispos e intelectuales de la talla de Voltaire o Mozart. Casanova fue un jugador empedernido (se dice que colaboró activamente en la creación de la Lotería Nacional Francesa), un duelista, un timador, un viajero incansable que se introdujo en las cortes de Luis XVI, Federico de Prusia o la zarina Catalina la Grande sirviéndose de algo que durante muchos años nunca le faltó: los contactos femeninos. Ellos fueron su puerta de entrada a ese mundo de lujo al que, por condicionantes sociales de nacimiento, no hubiera tenido acceso.

Maestro del juego amoroso, aventurero, diplomático, bibliotecario, agente secreto… en la vida de Giacomo Casanova caben tantas vidas como acostumbran a caber en la vida de los hombres que, por un motivo u otro, están dotados de un don especial. En el caso de Giacomo Casanova ese don fue el de ser un conquistador nato, uno de esos rompebragas (el rompebragas más ilustre de la Historia, seguramente) que no cesan de hacer muescas en la culata de su fusil. Casanova, y según sus propias palabras (que no vamos ahora a poner en duda), hizo 132 muescas en la culata de su fusil. Ésa es la cantidad de mujeres a las que el famoso galán italiano dijo haber conquistado. Entre ellas figuraban damas de la alta sociedad, pero también cocineras de posada y prostitutas. Casanova, que compró a algunas de sus conquistas a sus padres, se convirtió en protector y “celestino” de muchas de esas mujeres.

La confesión sobre el número total de conquistas la realizó en la que fue su obra memorialística, Historia de mi vida¸ conocida más popularmente como las Memorias de Casanova y que fueron escritas por Casanova en el castillo de Dux, en Bohemia (República Checa). Allí pasó los últimos años de su vida, acogido por el conde de Waldstein, convertido en bibliotecario y sumido en una melancolía que sólo podía ser aliviada gracias al ejercicio de la memoria. Fue ahí, entre las paredes de ese castillo, convertido en un estrafalario sexagenario, donde Casanova escribió sus memorias con la finalidad de recordar los placeres experimentados, revivirlos y gozarlos por segunda vez para, de ese modo, reírse de las penas sufridas.

Gran decisión la de Casanova. Gracias a ella podemos conocer los trucos de seducción de un hombre que, según se recoge en un informe elaborado por la Inquisición veneciana de la época, iba y venía por todas partes, tenía la cara franca y la cabeza alta, iba bien vestido, tenía un aspecto saludable y vigoroso, la piel muy morena y los ojos vivos, un carácter un tanto descarado y despectivo y mucha labia. Ésta, al parecer, era fruto de su ingenio y de su instrucción. No en vano, no son pocos los autores que han descrito a Giacomo Casanova como un hombre cultivado, erudito, seductor y divertido. Por eso nos interesan sus consejos para ligar. Por eso (y porque fue un gran triunfador en las lides del amor) queremos saber cuáles eran sus trucos para ligar, cuáles las estrategias del amante ideal.

Trucos de Casanova para ligar

La principal estratagema de Casanova para ligar era estudiar a la mujer a la que deseaba conquistar, descubrir las carencias de dicha mujer y, a continuación, intentar proporcionárselo. Es decir: la clave del éxito seductor de Casanova radicaba en su capacidad para hacer realidad las fantasías femeninas.

Esta estrategia de seducción requiere, lógicamente, un esfuerzo. La atención al detalle y la paciencia se convertían en dos requisitos imprescindibles para ejecutar dicha estrategia de seducción. Una vez seducida la mujer, Giacomo Casanova decidía cuánto debía durar dicha seducción. Casanova, frío e inteligente, decidía cuándo debía finalizar la relación. Llegado ese momento, sólo era cuestión de decepcionar a la amada, de romper el hechizo.

¿Se enamoró alguna vez Casanova? ¿Traspasado por la emoción del amor o del enamoramiento perdió en alguna ocasión ese control sobre sus actos? ¿Dejó alguna vez Giacomo Casanova de ser dominante para convertirse en esclavo? Parece ser que sí. Y que la culpable de esa pérdida de las riendas por parte del afamado galán fue una tal Mathilde.

¿Te gustaría saber algo más de esta historia? Para ello sólo tienes que hacer una cosa. Busca Historia de mi vida, de Giacomo Casanova. Esta obra puede ser una excelente lectura para lo que queda de verano. Ahí descubrirás muchas tretas para ligar, sí, pero también conocerás más detalles sobre la figura de ese gran epicúreo, bon vivant y libertino que fue Casanova.

Si deseas una edición especial y muy cuidada de las memorias de Casanova escoge sin duda la que Ediciones Atalanta editó en 2009. Traducida por el Premio Nacional de Traducción Mauro Armiño y con un prólogo excepcional de Félix de Azúa, esta edición (que no es barata) puede ser una buena opción para los más sibaritas de la lectura y para todos aquellos que deseen disfrutar de una lectura íntegra y sin censuras de las memorias de ese gran galán que fue capaz de convertir su apellido en un adjetivo sinónimo de seductor.