Del amor romántico y otras locuras

“El amor es una locura de espíritu, un fuego inextinguible, un hambre insaciable, una tarea sin reposo y un reposo sin trabajo”. Esta frase, escrita por Richard de Fournival, autor del Bestiario del amor en el siglo XIII, marca perfectamente la línea que acota la concepción del amor, profundamente romántica y llena de connotaciones platónicas, que ha triunfado en la cultura occidental. Así, el enamoramiento se ha presentado históricamente como una especie de enfermedad que quita el hambre, enmaraña el sueño y adquiere tintes de obsesión. A partir de ello se han escrito infinidad de baladas y novelas y se han filmado películas más o menos lacrimógenas, más o menos oscarizadas. Gracias a todas ellas hemos leído o hemos visto cómo se suicidaba por amor Anna Karenina, cómo Florentino Ariza esperaba más de cincuenta años para conquistar el amor de Fermina Daza, cómo un multimillonario hombre de negocios estadounidense unía su vida a la de una prostituta de Sunset Boulevard, cómo la Bella acababa quedándose con la Bestia o cómo Mario Ruoppolo, un humilde cartero de un pueblo de pescadores italiano, intentaba aprender de boca del poeta Neruda el arte de la metáfora para enamorar con palabras a la bella Beatriz Russo, hija de los propietarios de una taberna del mismo pueblo marinero en el que el poeta chileno vivía su exilio.

Sí: nuestra visión del amor está mediatizada por la concepción romántica que del mismo ha imperado en nuestra cultura. Y, sin embargo, si hemos de ser científicamente estrictos a la hora de analizar el proceso mediante el cual dos personas deciden unirse sexualmente y el mismo proceso de la unión en sí, debemos fijar nuestra vista más allá de lo que nos cuentan las baladas, los novelones románticos y las películas rodadas bajo el infinito cielo africano o a la sombra siempre romántica y acogedora de los puentes de Madison.

Si queremos ser científicamente estrictos, nuestra vista debe fijarse en el ocular del microscopio que, desapasionado y desprovisto de lecturas romántica y audiciones edulcoradas, clava y enfoca su mirada inmisericorde en lo que sucede en nuestro interior, a nivel celular, mientras vivimos todo ese proceso del flirteo, el enamoramiento y de la unión sexual.

Cuestión de química

Y es que el amor es también cuestión de química. Cuando estamos enamorados liberamos ciertos compuestos químicos. La atracción implica cambios cerebrales y esos cambios cerebrales tienen una respuesta hormonal. Amor y química, pues, se enlazan en un binomio indestructible.

Veamos cuáles son los componentes químicos que intervienen en este proceso del enamoramiento y la atracción erótica.

En el tiempo del flirteo y del contacto inicial, cuando las hormonas bullen y el deseo es algo que puede palparse en el aire, la testosterona, el estrógeno y las feromonas son los componentes orgánicos que, de una manera u otra, determinan el comportamiento humano y certifican que la unión entre amor y química es una unión sólida y menos aleatoria de lo que parece.

Las monoaminas, por su parte, actúan de manera más decisiva cuando comienza la fase del verdadero enamoramiento, es decir, en ese tiempo en que el sueño se ve alterado, la otra persona se convierte en protagonista absoluto de los pensamientos y se siente eso que se ha dado en llamar “mariposas en el estómago” y que parece ser una enfermedad de fácil diagnóstico y difícil cura. En esta fase la relación entre amor y química se hace tan evidente que las sensaciones de euforia o depresión parecen derivadas de la ingesta de algún tipo de medicina o de alguna sustancia de esas que se consiguen de estrangis en el mercado negro.

¿Quiénes son esas monoaminas que producen tantos cambios en nuestro organismo cuando estamos enamorados y que hacen tan evidente la relación entre amor y química? Fundamentalmente cuatro: la dopamina, la feniletilamina, la serotonina y la norepinefrina. Cada una de ellas cumple una función determinada. La dopamina, por ejemplo, es una monoamina asociada al placer. Se libera en mayor cantidad cuando la persona experimenta placer o realiza una sensación placentera.

La feniletilamina, por su parte, es una especie de anfetamina natural con efectos claramente estimulantes que proporciona esa sensación de euforia que nos hace sentirnos en el mismo cielo. La misma función euforizante posee la norepinefrina, un neurotransmisor que refuerza las dosis de adrenalina, aumenta la presión sanguínea e incrementa el ritmo sanguíneo.

Por suerte, el propio cuerpo dispone de mecanismos para poner coto a esa euforia y para controlar los impulsos, las pasiones sin freno y la siempre peligrosa obsesión. Uno de esos mecanismos, fundamental, es el que se activa gracias a la secreción de la serotonina. La serotonina es la responsable del bienestar y el optimismo. Cuando nuestra serotonina marca niveles mínimos, padecemos lo que se conoce con el nombre de depresión. El fundamento químico de los antidepresivos es, pues, el corregir y aumentar esos niveles de serotonina.

El tiempo de la calma

La llegada del tiempo de la estabilidad emocional, conseguida gracias al mantenimiento de la relación, nos permite indagar una vez más en los mecanismos internos de ese matrimonio indestructible entre amor y química que determina nuestras reacciones físicas durante toda historia de amor. En este caso, los componentes que intervienen son los siguientes:

  • La oxitocina, que aumenta durante los abrazos y el contacto físico y que facilita nuestra capacidad para unirnos a otra persona.
  • La vasopresina, que fomenta la monogamia. Algunos experimentos han demostrado que la supresión de la vasopresina en los machos les hace buscar nuevas parejas.
  • Las endorfinas, que tienen, entre otras, propiedades anti-estrés.

La oxitocina y la vasopresina, propias de esta fase de apego y estabilidad, parece ser que actúan contra la dopamina y la norepinefrina, tan activas en el tiempo del enamoramiento apasionado. Y es que no se puede vivir toda la vida con el corazón saliéndose del pecho por mucho que las novelas y las canciones nos digan que sí. Eso sí: no vayas a pensar que sólo el binomio amor y química explican el cómo nos comportamos en los terrenos sentimentales. El peso de la tradición impone unos rituales y marca unas expectativas. Y ese peso de un modo u otro determina también lo que esperamos o no de una relación y nuestro modo de actuar para alcanzarla.