Despacito y buena letra
Es humano desear aliviar los trámites y ansiar que todo avance a mayor velocidad, sobre todo cuando estamos esperando alcanzar un objetivo que, creemos, nos va a proporcionar un pedazo de esa sensación difusa y deseable a la que llamamos felicidad. Vivimos en un mundo acelerado y nos gusta que todo funcione a velocidad de vértigo. No hace tanto, si queríamos buscar una información muy puntual, debíamos acudir a un archivo o biblioteca, localizar un libro, enciclopedia o un diario determinado, y buscar en ellos, pacientemente, el referido dato. Hoy pulsamos sobre el teclado de nuestro ordenador y lo tenemos prácticamente al instante a nuestra disposición en el monitor, obtenido de ese océano con apariencia de infinito que es la red. Cuando la búsqueda se retrasa, en algunas ocasiones, apenas unos segundos, sentimos la comezón de la impaciencia. Es el signo de los tiempos.
Esa prisa, sin embargo, debe ser aparcada cuando hablamos de citas. Las prisas no son buenas cuando se quiere ligar. Las prisas, cuando se va a ligar, sólo nos hacen parecer ansiosos. Y la ansiedad nos hacen comportarnos, a menudo, como si estuviéramos desesperados, demasiado cercanos a un estado semejante al pánico, intentando conseguir por todos los medios, y con la lengua fuera, que todo suceda antes de que sea demasiado tarde para que se cumplan nuestro deseo: ligar.
¿Por qué esa ansiedad? En ocasiones, porque pensamos que puede personarse un tercero al que, por supuesto, no hemos invitado a la fiesta, y robarnos la pieza tan ansiada. A veces, porque creemos tal vez que el objeto de nuestro deseo puede estar esperando que nos decidamos a dar un paso adelante. Estos pensamientos hay que obviarlos. Estos pensamientos pueden hacernos ver las cosas de manera deformada y, en consecuencia, pueden empujarnos a actuar como tontos.
Control de la ansiedad
Hay que evitar, en todo momento, las prisas. No hay que mostrarse, nunca, ansioso. La ansiedad puede hacer que las mujeres nos contemplen como a algo que ellas detestan: como a una persona desesperada. Si nos observan así no tardarán en marcharse de nuestro lado, frustrando nuestro objetivo de ligar. Y lo harán con razón. ¿No nos resulta a nosotros, también, incómoda, la desesperación cuando la observamos en otros? ¿No nos incomoda, por ejemplo, la ansiedad de un vendedor que quiere vendernos algo y que se hace cargante y pesado? ¿Por qué nosotros vamos a ser una excepción para los demás?
Después de todo, lo que principalmente necesitamos cuando conocemos a una persona es sentirnos cómodos. A la mujer le sucede lo mismo cuando conoce a un chico. Aunque intuya o sepa que ese chico está pensando en lo que ella tiene bajo la ropa, ese tesoro que siempre resulta atractivo a los hombres y en el que los hombres, casi invariablemente, acaban pensando tarde o temprano mientras hablan con una mujer. Pero ese pensamiento masculino no puede hacerse excesivamente obvio para la mujer. Si se hace obvio, es probable que ella, en lugar de sentirse halagada y sexy, se sienta un pedazo de carne. Y esa sensación, lógicamente, no es muy agradable para ninguna persona.
Se debe evitar en todo momento que esa mujer se pregunte, por ejemplo, “¿por qué quiere este tipo tan desesperado hablar conmigo?” Si una mujer formula dicho pensamiento cuando estamos hablando con ella estamos perdidos: nos habremos convertido en ese vendedor del que todos, alguna vez, hemos querido escapar. Y no tendremos nada que hacer en nuestro objetivo de ligar con ella.
Si no queremos convertir el ligue en un objetivo imposible debemos evitar esa ansiedad al ligar. No hay que tener prisa. Para conquistar a una mujer hay que ganarse su confianza. Y la confianza necesita un tiempo para ser ganada. La intimidad y la confianza no se construyen deprisa y corriendo; hay que ir construyéndolas poco a poco.
Para triunfar al ligar, debe llegar el momento en que la mujer a la que queremos conquistar sea capaz de confiar en nosotros y de saber que no somos una especie de acosadores o pervertidos incapaces de controlar sus impulsos sexuales. No podemos aparecer ante la mirada de una mujer como unos salidos. Las mujeres, en su inmensa mayoría, detestan a los salidos.
Ni perrito faldero ni pagafantas
Además, la desesperación y la ansiedad al ligar nos hacen ser estúpidos, nos nublan la cabeza y nos hacen comportarnos de manera boba. Tras todo pagafantas hay un ansioso. Si una mujer nos ha dicho que no en una primera aproximación, ¿para qué insistir? Nada peor para un hombre que quiera ligar con una mujer que ser visto por ella como un perrito faldero. En estos casos, el mejor favor que un hombre puede hacerse a sí mismo y a su propio ego es el de poner tierra de por medio entre esa mujer y él. Si no lo hace, llegará un momento, en el futuro, en el que ese hombre se vea obligado a detenerse, analice su actuación, comprenda lo ridícula de ella y, de repente, sienta cómo su autoestima (algo fundamental a la hora de iniciar un proceso de seducción) queda herida de una manera dolorosa, grave y quién sabe si dañinamente duradera.
Antes de acercarse a una chica para intentar ligar con ella hay que tener muy presente un pensamiento que es, casi, un lugar común: las primeras impresiones tienen mucho impacto y son muy difíciles de borrar. Por tanto, sólo hay que acercarse a la chica cuando sepamos que vamos a hacerlo de una manera tranquila, sin dejar traslucir la desesperación torpe y atropellada de la ansiedad.