A veces tenemos la sensación de que el tiempo vuela y de que, mientras lo hace, nosotros no hacemos sino perder una y otra oportunidad de mejorar nuestras condiciones vitales, bien tengan que ver dichas condiciones con lo físico, bien con lo mental o con lo emocional. Ahora, cuando avanzamos a velocidad de crucero hacia los últimos días de febrero, podemos hacer un repaso de todas esas promesas que suele hacerse uno mismo cuando se cambia de año y que siempre tienen que ver con objetivos a alcanzar. En ocasiones la promesa tiene que ver, por ejemplo, con dejar de fumar. O con iniciar una dieta que nos permita quitarnos de encima esos quilos que nos sobran para sentirnos bien físicamente. O con apuntarse a un gimnasio, a clases de yoga o a un curso de cocina, de fotografía, de inglés o de bailes de salón. Pero esa promesa, seamos sinceros, en la inmensa mayoría de las veces queda en nada. Diletantes en muchas ocasiones por naturaleza, nos decimos algo así como “mañana empiezo” o “tengo tiempo para hacerlo”. Y el mañana, como dijo alguien, nunca llega porque el caso es que siempre es hoy.
Vivimos instalados en el hoy, aferrados inexorablemente al presente, condenados a él. Es en el hoy donde actuamos y, por tanto, es en él donde debemos introducir los cambios o emprender las iniciativas que nos conduzcan a ser otro o que nos ayuden a mejorar esas condiciones vitales de las que hablábamos. Asumiendo eso como lo asumimos, sabiéndolo como lo sabemos, ¿por qué entonces no actuamos de otra forma? ¿Por qué nos dejamos llevar por la inercia de la rutina y eludimos o aplazamos indefinidamente el momento de dar ese paso que, junto a otros muchos, nos va a llevar a ser otros? Por varios motivos (cada caso en concreto y cada persona en particular puede tener el suyo propio) pero, en gran parte de las ocasiones, muchos de esos motivos se derivan o están influenciados por un concepto del que ya hemos hablado en este blog: la ansiedad. Actuar de forma ansiosa nos hace, en muchos casos, fracasar en la consecución de nuestros objetivos.
Los efectos nocivos de la ansiedad
La ansiedad hace:
- Que nos devanemos los sesos pensando en cómo actuar, cuándo hacerlo y por dónde empezar sin decidirnos a dar el paso que nos permita iniciar el proceso de hacerlo. Ese pensar continuamente nos complica sobremanera la acción, nos la retarda y lastra, nos la condena, en muchos casos, a la inexistencia.
- Que nos veamos atenazados por el miedo a fracasar, miedo que nos aleja de nuestros objetivos y nos imposibilita el alcanzarlos.
- Que tomemos nuestros hábitos (aunque dichos hábitos nos impidan alcanzar el objetivo que deseamos alcanzar) como un territorio seguro, una zona cómoda en la que no corremos peligro. Valorar en demasía la seguridad implica aferrarse a ella y aferrarse a ella es aferrarse a lo que se tiene y, por tanto, renunciar a lo que, quizás, se podría tener. Esto, en el terreno de la seducción, es algo terriblemente dañino. Para conquistar a alguien hay que arriesgar. Sí o sí. No hay otro camino. Sin asumir ese riesgo no puede darse la conquista. Si no nos arriesgamos a poder recibir un no, nunca recibiremos un sí.
- Que convirtamos cualquier malestar emocional en excusa para permanecer en la inacción.
- Que seamos desordenados a la hora de establecer de una manera clara nuestras prioridades mentales.
- Que seamos implacables con nosotros mismos, convirtiéndonos (en la inmensa mayoría de los casos por falta de autoestima) en los jueves más implacables de nuestra persona y nuestros actos. Al autotratarnos así, tendemos a compararnos con otros y a sobrevalorar sus éxitos, lo que no hace sino acrecentar nuestra sensación de fracaso y, por tanto, rebajar aún más nuestra autoestima.
- Que nos comportemos de una forma desatenta con todo lo que nos rodea y con todo lo que vivimos. La ansiedad nos hace sentirnos aburridos y, por tanto, nos empuja a una búsqueda constante de nuevos estímulos, y ese andar constantemente a la busca de algo nos impide disfrutar del momento que estamos viviendo y de lo que estamos haciendo mientras vivimos ese momento.
- Que esperemos equivocadamente que los cambios que esperamos se produzcan de una forma casi inmediata, olvidándonos de un principio fundamental: el que nos dice que todo proceso requiere de un margen de tiempo necesario para producirse. Nada sucede de la noche a la mañana. Absolutamente nada.
Gestionar la ansiedad
Para evitar todos estos efectos nocivos que la ansiedad tiene sobre nuestra forma de estar en el mundo y sobre nuestra forma de comportarnos es necesario saber gestionar esa ansiedad que nos empuja a comportarnos de un modo completamente contrario al que sería óptimo para alcanzar nuestros objetivos.
En algún que otro artículo de este blog hemos destacado lo importante que es saber gestionar las emociones para, así, poder alcanzar los objetivos fijados, también en el campo de la seducción. Aquí, ahora, daremos una serie de consejos que pueden servirnos para gestionar la ansiedad, un sentimiento muy concreto y muy dañino. Entre dichos consejos podemos destacar los siguientes:
- Realizar ejercicio físico. Una de las terapias más eficaces para gestionar la ansiedad se basa en realizar ejercicio físico de una manera más o menos programada y rutinaria. ¿Por qué? Porque gracias al ejercicio físico conseguimos evitar el exceso de activación del sistema nervioso y, con ello, un sueño más reparador. El estar descansados, no hay que olvidarlo nunca, es fundamental para gozar de una buena salud. Quien no duerme bien no puede tener una buena calidad de vida.
- Mantener una alimentación equilibrada y saludable. Del mismo modo que el descansar convenientemente es bueno para gestionar la ansiedad, también lo es el alimentarse correctamente. No en vano, existen algunos síntomas gastrointestinales que están asociados directa y médicamente con los estados de ansiedad y que son debidos a una alimentación inadecuada.
- Observación de personas tranquilas que saben controlar su ansiedad. El ver cómo actúan otras personas en situaciones en las que a nosotros nos vence la ansiedad puede ser una buena escuela de aprendizaje para, en base a la observación atenta de su comportamiento, poder imitarlas y, así, evitar esas reacciones nuestras que se derivan de nuestra ansiedad, que parecen incontrolables y que nos hacen imposible el alcanzar nuestros objetivos.
- Fomentar y entrenar nuestro sentido del humor. No tomarnos demasiado en serio es una buena manera de aprender a gestionar la ansiedad. Mirarse desde fuera es una buena forma de comprobar hasta qué punto nuestros comportamientos, cuando están guiados por la ansiedad, pueden resultar ridículos y contraproducentes. Esto, claro, como todo cambio que tiene que ver con lo más esencial de nuestra personalidad, no es fácil de alcanzar. Requiere de mucho esfuerzo y de mucho trabajo.
- Practicar la meditación y el mindfulness. Aprender técnicas de respiración y de meditación es un buen camino para gestionar la ansiedad. En un ambiente relajado, debemos tomarnos el tiempo necesario para, centrándonos en el control de nuestra respiración, fijar nuestra atención en las sensaciones corporales que experimentamos, en un objeto cualquiera que hayamos escogido para nuestro ejercicio de meditación y que nos servirá como foco en el centrar nuestra atención o en alguna música que hayamos puesto para ayudarnos en nuestra práctica de meditación.
- Métodos de distracción. Para controlar y gestionar la ansiedad es importante saber colocar el pensamiento en standby, es decir, poder interrumpir ese pensamiento que nos provoca ansiedad mediante la práctica de actos tan diferentes como pueden ser la lectura, el pasear, el ocio, etc.
Más allá de todos estos consejos que pueden servirnos para gestionar la ansiedad está el recurrir a psicofármacos. Los ansiolíticos, en este sentido, pueden ser de gran ayuda para controlar en algunos casos, la ansiedad. ¿En qué casos? Única y exclusivamente en aquellos en los que lo determine un psiquiatra. Nunca, absolutamente nunca, se deben tomar ansiolíticos ni ningún tipo de psicofármacos si un especialista médico no lo ha recetado. No importa que a alguien que conozcamos le haya “ido bien” determinado ansiolítico para controlar la ansiedad. Automedicarse no es nunca una buena decisión y siempre puede causar más daños que beneficios.