La hora de la verdad
Sucede en todo proceso de seducción. Llega un momento en el que hay que dar un paso al frente y, si no lanzarse a la yugular, sí avanzar un poco hacia nuevas intimidades. Es ahí donde hace su aparición estelar el MAF, es decir, el miedo al fracaso. ¿Y si me hace la cobra, te preguntas, y me quedo con los labios colgados del aire, dando su beso al vacío? Los hay partidarios de lanzarse a tumba abierta. Éstos, qué duda cabe, cosecharán algún que otro triunfo; pero es muy probable que, si observas bien su rostro, encontrarás en él el rastro de una de esas bofetadas que, de puro cinematográficas, son inolvidables. Tú, que te estás iniciando en esto de la seducción y que eres prudente y hasta un cierto punto tímido, no quieres arriesgarte a recibir una bofetada que te deje la cara roja y la autoestima maltrecha. Prefieres, hasta cierto punto, avanzar sobre terreno seguro.
Debemos decirte que en esto de la seducción (como en toda interacción humana que dependa en gran parte de la reacción que pueda tener una persona que no somos nosotros) no hay nada seguro. En cierto modo, siempre avanzamos por un terreno en el que podemos encontrar una mina enterrada que, de golpe y porrazo, hace saltar por los aires toda nuestra esperanza de éxito. Para no arriesgarse en vano y lanzarse de cabeza hacia una de esas minas hay que inspeccionar adecuadamente el terreno que pisamos. Esto es: hay que prestar atención a las reacciones de la persona a la que queremos seducir e intentar interpretar correctamente esas reacciones.
Señales de interés o no
Pero ¿cómo podemos saber si una chica está interesada en nosotros? En primer lugar grábate una cosa en la cabeza: amabilidad no quiere decir predisponibilidad al affaire. Una chica puede ser agradable, cariñosa y coqueta con nosotros y no por eso desear nada que vaya más allá de esa relación que ya estamos manteniendo con ella. ¿Cómo distinguir una afabilidad proactiva de una que no lo es? Seguramente bastará el instinto, pero si desconfías de él o crees que puede estar influenciado por la ilusión o la esperanza, fíjate en alguno de los siguientes ítems. Ellos pueden dar pistas sobre el grado de interés de la chica en nosotros.
El modo y la cantidad de veces que pronuncia nuestro nombre puede ser un buen indicador. El nombre de la persona que nos atrae suele convertirse en nuestra boca en una especie de caramelo de agradabilísimo sabor. En cierto modo, al pronunciar el nombre de esa persona estamos saboreando mentalmente a la persona a sí, estamos convocando nuestro sentimiento y lo estamos haciendo salir a la luz. Atiende a si la chica que quieres conquistar pronuncia tu nombre y cómo lo hace.
El modo de estar sentada también indica su grado de interés por nosotros. Si lo hace en el borde de la silla es porque está muy pendiente de nosotros. Esa atención se reforzará con preguntas sobre nuestros planes inmediatos, nuestra vida y proyectos, nuestras circunstancias familiares y laborales, nuestro ocio… En cierto modo, con esas preguntas desea absorbernos, saber exactamente cómo somos.
Las miradas (fijas en nosotros o errantes), las risas espontáneas, la sonrisa imborrable, la voz modulada y acariciadora, el hecho de que se toque el pelo o juegue con él o de que se nos acerque para hablarnos y nos toque y de qué forma son signos que debemos entender de forma muy positiva del interés de la chica por nosotros.
En cierto modo, lo que hay que desentrañar ante todo para valorar el interés de una chica por nosotros es el significado de su lenguaje no verbal. Saber qué quiere decir más allá de las palabras es fundamental para adivinar si le interesamos o no. En este sentido, interpretar su actitud postural es primordial. La postura que adopte con sus brazos, por ejemplo, debe ser un signo a valorar. Los brazos cruzados siempre se han entendido como muestra de rechazo. Por el contrario, los brazos abiertos han simbolizado siempre la apertura de quien los tiene abiertos a lo que les llega de fuera. Siempre deberemos observar cómo coloca los brazos la persona que está ante nosotros y actuar en consecuencia.
Lógicamente, que prestemos atención a su forma de comunicarse no verbalmente no quiere decir que dejemos de lado u obviemos todo lo que ella está expresando con palabras. De nada servirá fijarnos en su modo de arquear las cejas o de sonreír cuando le estemos contando algo si hacemos caso omiso a sus palabras. Éstas pueden ser, también, muy significativas a la hora de valorar el interés de una chica por nosotros. Como ya hemos indicado, cuantas más preguntas nos haga sobre nuestras circunstancias personales mayor será su interés por nosotros, sobre todo si alguna de esas preguntas versa sobre un tema fundamental: ¿tenemos pareja? Vamos a dar por supuesto que no la tenemos. Si la tuviéramos, mintamos (si lo que queremos es ligar, claro). Que le digamos que la tenemos no quiere decir que hayamos perdido del todo la oportunidad de seducir a esa mujer. Después de todo hay mucha loba intentando robar o tomar prestada la pareja a otra mujer y, al fin y al cabo, somos nosotros y no la mujer a la que queremos seducir quien debería mantener la fidelidad y la lealtad a n uestra pareja. Pero sí es cierto que no necesariamente todas las mujeres son lobas robaparejas y que, confesándonos como mantenedores de una relación estable con otra mujer que no es ésa a la que queremos seducir, estaremos dando un paso atrás o, directamente, cerrándonos todas las puertas de acceso a esa mujer en la mayor parte de los casos.
Ahora ya tenemos instrumentos para valorar hasta qué punto esa chica con la que estamos intentando ligar está interesada en nosotros o no. Si, haciendo balance, consideramos que sí, que ella muestra interés en nosotros, lancémonos cuanto antes y demos el paso que ella, seguramente, estará esperando que demos. Pensemos que la paciencia no tiene por qué ser una de sus virtudes y que quizás se canse de nuestra indecisión y acabe decidiéndose por buscar a otro postor a sus encantos. Seguramente es preferible llevarse un no (ya nos encargaremos luego de aceptarlo y deglutirlo) que perder el tren por no decidirnos a subir el peldaño de acceso a él. Los trenes que marchan no acostumbran a volver a detenerse en el mismo andén.