La reciente y terrible noticia del suicidio de Verónica, una trabajadora de la empresa Iveco, debido a la circulación entre sus compañeros de trabajo de un vídeo sexual en el que ella aparecía ha puesto sobre la mesa algo que cualquier persona que usa y se sirve de las redes sociales, y en especial aquéllas que, como las personas a las que van especialmente destinados los artículos de este blog, las usan para ligar o para estrechar la intimidad de ciertas relaciones y elevar la intensidad de la mismas, debería tener presente: la existencia de la pornovenganza.
Verónica no ha sido la primera mujer ni desgraciadamente será la última que sufría ni sufrirá ese tipo de chantaje por parte de una pareja despechada que no ha asumido el fin de una relación. Lo que en un principio es una imagen o un vídeo que se graba en el espacio reducido de la intimidad y que parece destinado a fortalecer los lazos de unión de la pareja y a incrementar la pasión en el seno de la misma acaba convirtiéndose, en demasiadas ocasiones, en un bumerang que se vuelve contra uno de los miembros de la dicha pareja (habitualmente la mujer) y que acaba produciendo daños que, sin tener que llegar al extremo de la malograda Verónica, sí sirven para causar graves perjuicios en la esfera social o familiar de la vida de una persona.
En el caso de Verónica confluyeron, sin embargo, aspectos que escapan más allá del simple hecho de que un vídeo íntimo pueda ser utilizado como método de chantaje sexual o de pornovenganza. En el caso de Verónica, dichos aspectos se relacionan directamente con el hecho de que ella fuera mujer. La sociedad, marcadamente machista en muchos aspectos, habría aplaudido al varón que apareciera en un vídeo de ese tipo. El calificativo con el que se le habría adornado sería, muy probablemente, el de “machote”. Mejor no pensar en los calificativos con los que seguramente fue masacrada Verónica a raíz de la difusión del vídeo en el que ella aparecía practicando sexo y que circuló entre buena parte de los 2.500 empleados y empleadas de la planta de Iveco en la que trabajaba.
El caso de Verónica ha hecho que en muchos artículos publicados en la prensa aparezcan opiniones de especialistas que, desde los campos más diversos, alertan sobre el fenómeno de la pornovenganza y resaltan la necesidad de fomentar la educación tanto sexual como sentimental. ¿Cómo comportarse cuando la pareja hace uso continuamente del WhatsApp? ¿Cómo actuar cuando alguien que ha desaparecido de nuestra vida física sigue presente, aunque sea de manera circunstancial, en nuestra vida virtual?
Para dar una respuesta adecuada a estas preguntas y una solución a los problemas que plantean hay que entrenarse en habilidades sociosexuales, hay que fomentar la empatía y la asertividad y hay que aprender, también, a poner normas dentro de una relación. La relación de pareja debe ajustarse en todo momento a unas reglas y esas reglas, que lo deben ser de respeto mutuo, no pueden ser sólo dictadas e impuestas por una de las partes. Esas reglas deben pactarse entre las dos partes y las dos partes deben seguirlas. De hecho, la existencia de reglas, en esto como en tantas otras cosas (o así debiera ser), es un método cuya finalidad principal es defender al débil frente al poderoso.
Por otro lado, la práctica del sexting (es decir: el envío de material sexual a través de móvil, correo electrónico, etc) se ha extendido cada vez más y son cada vez más las personas que, bien con su pareja, bien con un ligue ocasional, intercambian material de ese tipo para practicar una especie de juego sexual a distancia que sirve para subir la temperatura sexual de la relación y para dar un nuevo aliento a la masturbación cuando la pareja está físicamente separada, pero que, en ocasiones, se acaba volviendo en contra de alguno de los propios jugadores cuando la relación que los unía se rompe y uno de las dos partes, despechada, se sirve de esas imágenes para, mediante la extorsión y el chantaje o, simplemente, bajo la directa publicación de dichas imágenes, intentar vengarse de esa otra parte.
La pornovenganza o la sextorsión se convierten así en el lado malo del sexting, en su Mr. Hyde. Lo que en un principio había resultado alentador sexualmente y divertidamente afrodisíaco acaba convirtiéndose, tras la ruptura, en un quebradero de cabeza y en un serio problema que puede acabar afectando a la vida entera de la persona que la padece.
En nuestro artículo “El ciberacoso: el lobo del bosque virtual” ya hicimos referencia a esta problemática, pero el reciente suicidio de Verónica nos hace incidir de nuevo en un problema que cada vez afecta a más personas y, lo que es peor, a personas de edad más joven. Para evitar el caer en los riesgos de la pornovenganza el mejor método es evitar de raíz la participación en todo tipo de práctica que tenga que ver con el sexting o cuanto menos, extremar al máximo las precauciones para que la imagen que se tome de nosotros no sirva para identificarnos.
Finalmente, hay que tener siempre presente que cualquier actividad que tenga que ver con el ciberacoso o la pornovenganza es una actividad, simple y llanamente, delictiva. Las autoridades policiales apuntan a menudo que mucha gente no es del todo consciente de ello. Por eso queremos dejar aquí este mensaje:
El extorsionar o chantajear a una persona haciendo públicas imágenes que se grabaron en la intimidad es un delito.
Si se es víctima de este tipo de extorsión o si se conoce algún caso que pudiera ser denunciable hay que ponerlo en conocimiento de la Brigada Central de lnvestigación Tecnológica o BIT de la Policía Nacional.