El arte de dialogar
Hay amores a primera vista. O, dicho de otro modo, flechazos sexuales. Dos personas se ven y se sienten arrastradas por una irrefrenable oleada de deseo. Se ven y se sienten empujadas la una hacia la otra. No estamos hablando de ciencia ficción. Esas cosas pasan. Pero no nos engañemos: lo habitual es que pasen poco. O muy poco. Lo más habitual es que la seducción, la conquista, el ligue o como queramos llamarlo cuaje tras un tiempo más o menos largo en el que la conversación desempeña un papel fundamental.
La conversación es, más allá de la apariencia física, el mayor instrumento que tenemos a nuestro alcance para dejar una buena impresión de nosotros y para convertirnos en alguien “atractivo” con quien, al menos, merece la pena concertar una segunda cita. Pero conversar no es hablar por hablar. Conversar bien es un arte que no toda la persona dotada de la capacidad del habla posee. Todas las personas hablamos, pero sólo un porcentaje de entre todos nosotros sabemos (o saben) dialogar. Y es que para dialogar hay que dejar arrumbado en el rincón un personaje que arruina muchas conversaciones y las convierte en un simple enfrentamiento de dos monólogos: el Yo. Cuando hablan con otras personas, muchos hombres y muchas mujeres no saben despojarse de ese Yo y convierten lo que en apariencia es una conversación en una simple exhibición más o menos impúdica de ese Yo y de sus preocupaciones, intereses, gustos o preferencia. Es decir: que con demasiada frecuencia hablamos pero no escuchamos a nuestros interlocutores. Y eso, claro, no es conversar.
Conversar implica hablar, escuchar y, sobre todo, saber preguntar. Quien pregunta está interesándose por el otro. Quien pregunta está demostrando al otro que su vida interesa, que lo que hace interesa, que él interesa. Y eso es fundamental en toda estrategia de seducción: dejar en la persona que queremos conquistar el sentimiento de sentirse importante para nosotros, de saberse valorados por nosotros, de sentirse protagonistas u objetivo de nuestra atención.
El valor de las preguntas
Un equipo de psicólogos de la Universidad de Harvard ha realizado un estudio que viene a corroborar lo dicho anteriormente, es decir, hasta qué punto es importante el realizar preguntas para seducir a la persona que queremos conquistar. Para llegar a esta conclusión, el equipo de expertos de Harvard realizó un experimento muy sencillo. El experimento consistía en juntar parejas de desconocidos. Algunos de ellos tenían la consigna de realizar múltiples preguntas. El resultado del experimento fue claro: las personas que realizaban un número de preguntas por encima de la media tenían más posibilidades de conseguir una segunda cita que aquéllas que resultaban menos “preguntonas”.
Los autores de este estudio publicaron un artículo con el resultado del mismo en la publicación Journal Personality and Social Psychology. En dicho artículo, los psicólogos de Harvard el fenómeno constatado guarda relación directa con un término anglófono, el de responsiveness, que en castellano podía traducirse como “reactividad” y que se caracteriza por la alianza entre tres cualidades: la de ser comprensivo (preguntar es la mejor manera de comprender al otro), la de validar (al preguntar estamos dando valor a la opinión del otro) y la de ser “cuidadoso” con el otro (al preguntar le demostramos que nos importa).
El resultado de este estudio choca frontalmente con la actitud que en muchas ocasiones solemos adoptar cuando estamos conociendo a alguien. Y es que, por no pecar de indiscretos, en demasiadas ocasiones callamos muchas preguntas. Para compensar esa actitud echamos manos al Yo y es alrededor de su eje como articulamos nuestra conversación. Para resultar atractivos hacemos lo que antes hemos dicho: exhibir ese Yo, adornarlo, intentar mostrarlo en su vertiente más favorecedora. Algo que, como hemos visto, no tiene por qué resultar positivo para nuestros intereses de seducción. Lo más adecuado para nuestros intereses, lo más efectivo a la hora de ligar, es mostrar a la persona que se quiere conquistar es que nos preocupamos de sus necesidades emocionales.
Preguntar, pues, es fundamental para mantener una conversación orientada a ligar. Pero preguntar es, también, un arte. No hay que preguntar al tuntún. No hay que lanzar preguntas como si de una ametralladora de preguntas nos tratáramos. Las preguntas, para ser verdaderamente efectivas, tienen que ser (los estudiosos lo dicen) preguntas de seguimiento. Las preguntas disruptivas se muestran menos efectivas. Lo ideal, al preguntar para ligar, es ir profundizando poco a poco en los temas que se están hablando. Es así como se plasma de manera más clara que lo que se nos está contando nos interesa: intentando profundizar en el tema del que se nos habla, intentando ir un poco más allá.
Tipos de preguntas
Los estudios sobre el valor de las preguntas en la conversación revelan que hay tres tipos de preguntas que pueden resultar muy útiles a la hora de ligar:
- Preguntas de causalidad. Saber los motivos por los que la persona a la queremos conquistar hizo tal o cual cosa es una excelente manera de plasmar nuestro interés por ella. El ‘por qué’ es, en este sentido, más importante que el ‘qué’. No es tan efectivo a la hora de ligar el preguntar ‘¿qué estudiaste?’ que el preguntar ‘¿por qué estudiaste eso?’.
- Preguntas de emociones. Puede parecer muy entrometido, muy directo, demasiado personal, pero resulta muy efectivo. Preguntar a la persona a la que que queremos conquistar sobre sus sentimientos respecto a diferentes situaciones es una excelente manera de conocer a esa persona. Además, este tipo de pregunta nos sirve para demostrar a la persona a la que queremos conquistar que ella no es alguien trivial para nosotros. De hecho, se lo estamos demostrando al alejar la conversación de los caminos trillados y de lo trivial. Eso sí: al preguntar por las emociones al otro hay que saber dónde poner el freno. A nadie le gusta sentirse en presencia de un psicoanalista si no se ha decidido contratarlo.
- Preguntas de futuro. Preguntar al otro por sus objetivos y planes para el futuro es, también, una manera de demostrar nuestro interés por él y, al mismo tiempo, una buena manera de conocerlo mejor. Gracias a este tipo de pregunta decodificamos mejor al otro y conocemos mejor su filosofía de vida, lo que debe ayudarnos a decidir si damos o no más pasos adelante para profundizar en dicha relación. Por ejemplo: si no entra en nuestros planes el tener hijos, ¿debemos intentar llegar a algo más serio con alguien que, en una de sus respuestas a nuestras preguntas, ha situado el hecho de tener hijos como una prioridad en su vida?
A partir de ahora ya lo sabes: pregunta a una persona cuando quieras conquistarla pero pregunta con cabeza. Una buena batería de preguntas bien estructuradas y bien hechas puede ser más efectiva a la hora de ligar que un determinado corte de pelo o una determinada americana.