La seducción, una forma de hipnosis
En toda seducción erótica hay algo de hipnosis. Después de todo, lo que estás haciendo al seducir a una persona es llevarla hacia el punto que tú deseas por encima de su voluntad original. Ella no pensaba, cuando se ha levantado hoy, iniciar o mantener una relación contigo. De hecho, ni siquiera lo pensaba cuando habéis comenzado a hablar. Has sido tú quien, empleando unas técnicas laboriosamente trabajadas, has realizado esa tarea de hipnosis que la ha llevado allí donde tú querías.
¿Cómo lo has hecho? Principalmente, teniendo seguridad en ti mismo. La autoconfianza es, en este punto, fundamental. Sin autoestima no puedes iniciar una técnica de hipnosis y, por supuesto, toda posibilidad de seducción queda muy afectada. La autoestima y la voluntad son valores sin los cuales no se concibe la tarea seductora. Si cuentas con esa autoestima y esa confianza en ti mismo y en tus posibilidades y tienes la voluntad de emplear tus fuerzas para encaminarlas hacia una conquista o una tarea de seducción, sí puedes plantearte el comportarte como una persona hipnótica.
Cuando te hablamos de una persona hipnótica no te estamos hablando, por supuesto, de una especie de mago que con un péndulo y un toque mágico adormece a una persona y la hace actuar según sus órdenes. Todos hemos visto esos números de hipnosis alguna vez, pero no hablamos de eso cuando hablamos de la cualidad de ser hipnótico. Ser hipnótico es, por ejemplo, jugar con el volumen de la voz al hablar y con el ritmo de la misma para, en alianza con una serie de contenidos y con la inclusión de una serie de pausas, incidir sobre la voluntad de la persona que se quiere seducir.
La inserción de esas pausas estudiadas en el discurso del seductor crea o incrementa lo que se conoce como “potencial de respuesta”. Con el nombre de potencial de respuesta conocemos el nivel de sintonía y atención de un receptor respecto a un emisor. Es decir: cuanto mayor sea la sintonía y la atención prestadas por un receptor más fácil será que ese receptor avance hacia el comportamiento que el emisor desea de él.
Atraer la atención
Cuando una persona cambia el ritmo al hablar y el tempo del mismo de una determinada manera lo que está haciendo es arrastrar la atención de la persona que le escucha hacia sí mismo y hacia su discurso. En ese arrastre de la atención pueden influir factores tan diversos como pueden ser el empleo del humor (fundamental en la seducción) o, incluso, el ritmo de la respiración.
La disminución del volumen al hablar es, también, un factor de gran importancia en la tarea de hipnotizar o, por decirlo de un modo con menos resonancias mágicas, fijar la atención de la persona a la que deseamos seducir. Ese cambio no debe ser muy brusco. Si el cambio es brusco, la persona a seducir puede sentirse descolocada o sorprendida. El cambio del tono de voz debe ser suave y casi inapreciable. Inapreciable, al menos, debe resultar para el receptor. La persona a seducir no puede sospechar que se está utilizando una táctica con ella. La simple sospecha implicaría el alzamiento de barreras que, después, pueden resultar muy difíciles de superar por el seductor. La habilidad es importante para conseguir el objetivo: fijar la atención de la persona a seducir, concentrarla en nosotros y en nuestras palabras.
Una vez fijada esa atención, una vez comprobado que esa persona está pendiente de nosotros (nos lo demostrará sus palabras, su manera de extenderse en explicaciones sobre sí misma, su actitud corporal, su lenguaje no verbal), podremos iniciar ciertas tretas de hipnosis.
Mantener continuamente el contacto visual sería uno de los requisitos imprescindibles para crear en una mujer esa sugestión que te permita seducirla. Una mirada huidiza puede arruinar una excelente táctica. Mirando a los ojos a la mujer a la que quieres seducir podrás valorar su receptividad y comprobar las reacciones emocionales a tus palabras. Esa mirada interesada y amable (no debes mirar como si ella fuera una detenida y tú el poli malo de los interrogatorios cinematográficos) te ayudará también a descubrir sus debilidades y carencias. Insinuarte con disimulo como la solución ideal para rellenar esas carencias puede ser una excelente manera de derribar sus barreras, entrar en el recinto de su intimidad, tomarla de la mano y llevarla hacia el rincón hacia el que, desde el principio, había deseado llevarla.