Cambios en la cultura del cortejo
No hace falta ser un experto en antropología para saber que la cultura del cortejo entre los seres humanos ha experimentado notables cambios durante las últimas décadas. Basta con escuchar a nuestras abuelas hablar de su noviazgo. Gracias a ellas aprendimos que las carabinas no eran sólo armas de fuego semejantes a los fusiles, sino también personas que acompañaban a una pareja para evitar que ésta pudiera quedarse a solas y, bueno, ya sabes, se dedicara a cometer lo que en las clases de religión, cuando tocaba repasar los diez mandamientos, se llamaban actos impuros.
Noviazgos largos, presentaciones familiares, pedidas de mano, virginidades conservadas hasta el altar… todo esto te suena, ¿verdad? Los usos amorosos de la posguerra española quedaron perfectamente estudiados y analizados por la gran escritora salmantina Carmen Martín Gaite (1925-2000) en un ensayo que, titulado precisamente así (Usos amorosos de la posguerra española), fue premiado con el Premio Anagrama de Ensayo 1987. En aquel ensayo Martín Gaite destacó la influencia de la educación propia del nacionalcatolicismo y cómo las directrices ideológicas del régimen franquista, impregnadas del más rancio catolicismo, acabó determinando la forma de cortejar.
Esos usos y costumbres, sin embargo, sufrieron varios ataques que, por fortuna, fueron acabando con el olor a naftalina y sacristía de todas esas costumbres de cortejo. Uno de ellos, fundamental, fue la progresiva incorporación de la mujer al mercado laboral. Esa emancipación económica, unida a la expansión de los anticonceptivos y a la relajación de la rigidez moral y al triunfo de actitudes más liberales respecto al sexo heredadas de los movimientos contraculturales de finales de los sesenta y principios de los setenta, revolucionó las formas de cortejo.
Ahora, décadas después, el fenómeno de internet ha acabado de revolucionar las formas de cortejo. Todos conocemos ya a alguna pareja que se formó gracias a un flechazo de Cupido llegado desde el otro lado de la pantalla del ordenador. Las redes sociales se han convertido en un lugar propicio para el amor y a la cama se llega ahora sin necesidad de enviar flores, acompañar a casa, presentar a los padres, organizar un bodorrio o planear, incluso, el hecho de vivir juntos. O no necesariamente. Y es que nada es ya igual, en cuestiones de cortejo, a cuando nuestros abuelos andaban caminando juntos, sin cogerse de la mano, por las calles del pueblo, acompañados por la carabina de turno, muy probablemente esa inflexible y malencarada tía soltera que seguramente se dejaría el alma para impedir que otros gozaran lo que ella sólo había podido imaginar en sueños.
Ligar en Tinder
Hay cosas, sin embargo, que no acaban de cambiar del todo. Hombres y mujeres siguen manteniendo ciertos roles. A la hora de ligar, unos y otros aplican estrategias distintas. Eso, al menos, es lo que se desprende del estudio realizado por el investigador de la University Queen Mary de Londres Gareth Tyson sobre el comportamiento de hombres y mujeres en Tinder, una de las aplicaciones para encontrar pareja más populares.
El funcionamiento de Tinder es bastante simple. El perfil de las personas se reduce a una fotografía y un texto sucinto que transmite muy poca información. La atracción, pues, debe producirse a través de la imagen. En cada foto se puede pulsar me gusta o no me gusta. Cuando dos personas se gustan (es decir, cuando cada una de ellas ha pulsado me gusta al contemplar la foto de la otra), la aplicación genera un emparejamiento o match y posibilita el que ambas puedan empezar a comunicarse mediante mensajes de texto.
Basándose en este funcionamiento, Gareth Tyson y su equipo decidieron crear una serie de perfiles falsos tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. ¿Qué comprobaron? En primer lugar, que las mujeres que quieren ligar por Tinder son mucho más selectivas que los hombres a la hora de pulsar “me gusta”. En el estudio se explica cómo esto es fácilmente comprensible a la vista de los porcentajes de “éxito” de hombres y mujeres. Los hombres consiguen, de media, un 0,6% de “me gusta”. Las mujeres, un 10,5%. Los hombres, pues, para tener mayor posibilidad de éxito, pulsan más veces el “me gusta”, lo que permite a las mujeres ser más selectivas.
El estudio de Tyson sobre el cortejo en Tinder señala, sin embargo, que una vez producido el match, las chicas se vuelven más comprometidas con la relación que acaba de establecerse que los chicos. Porcentualmente son más las mujeres que envían el primer mensaje tras el match aunque habitualmente tarden más en hacerlo que los hombres que inician el contacto vía mensaje.
La forma de redactar los mensajes para ligar en Tinder también varía entre hombres y mujeres. Las mujeres meditan más sus mensajes como demuestra la longitud de los mismos. Un mensaje de Tinder escrito por un hombre tiene una media de 12 caracteres. Un mensaje de Tinder escrito por una mujer tiene, por su parte, una media de 122 caracteres. En este aspecto, la diferencia entre sexos resulta meridianamente clara.
Otra de las grandes diferencias entre el hombre y la mujer en el uso de Tinder para ligar radica en el uso que se hace de las biografías. Los hombres tienden a colocar más datos en sus biografías que las mujeres. Según el estudio de Gareth Tyson, el 42% de las mujeres no ofrecen ningún dato en sus biografías. Confían en el poder de su imagen. En los hombres, el porcentaje de quien no ofrece datos en su biografía se reduce al 30%. Y ese 30%, según apunta el estudio, se equivoca. Y es que las mujeres, más allá de la fotografía que contemplen del chico en cuestión, intentan averiguar algo más, y ese algo más sólo puede ser proporcionado, en primera instancia, por las informaciones que se reflejen en las biografías. Sin biografía, los hombres recibían 16 matchs de media. Con biografía, 69. La diferencia, sin duda, es significativa.
Ya sabes: si intentas ligar en Tinder ten en cuenta todos los aspectos de los que hemos hablado en este post.