Solo la muerte pone fin a la vida. Solo cuando los latidos cesan y la actividad cerebral se detiene la vida de una persona termina. La vida nunca acaba porque a nuestro equipo de fútbol lo apalicen sin contemplaciones en una semifinal de Champions ni porque los políticos en los que nos dio por confiar conviertan nuestro voto, a las primeras de cambio, en algo parecido al papel higiénico. La vida no termina ahí, no. Tampoco termina cuando no aprobamos esas oposiciones a las que hemos dedicado tantas horas en los dos últimos años ni cuando la persona a la que deseamos como creemos que nunca hemos deseado a nadie nos da calabazas ni cuando, tras varios años de relación matrimonial, las palabras separación o divorcio dejan de ser palabras que nombran experiencias que les pasan a los otros para convertirse en términos que hablan de cosas que nos pasas a nosotros mismos.
Una separación o un divorcio nunca debería simbolizar el fin de la vida de nadie. Por grande que sea el agujero que esa persona con la que hemos mantenido una más o menos larga vida matrimonial deje en nuestro día a día y por dolorosa que sea la experiencia, el divorcio solo debe ser entendido como el fin de la vida en común con esa persona, nunca como el fin de la vida “sentimental”, “amorosa” o “sexual” de la persona.
Es normal que un divorcio no cause alegría y que se viva como una especie de fracaso. Después de todo, al escoger a una persona y convertirla en compañera íntima de nuestro día a día estamos realizando una especie de apuesta. Y las apuestas, por definición, se ganan o se pierden. Perder la apuesta del matrimonio y ver cómo éste se hace añicos nos puede hacer sentir más o menos culpables, más o menos tristes, más o menos deprimidos, más o menos dolidos, pero nunca debe hacernos sentir acabados. Y es que, como suele decirse, la vida sigue a pesar de todo. Y restañar las heridas, estabilizar las emociones y abrir los ojos a nuevos horizontes emocionales debería convertírsenos en objetivo prioritario de esa vida que sigue a pesar de todo el dolor que pueda causar el divorcio. Por eso queremos dar aquí una serie de consejos básicos para ligar después de un divorcio.
Ante todo mucha calma
El primer consejo que queremos dar para ligar después de un divorcio es el de no tener prisa por hacerlo. Con ello no queremos decir que la persona que se haya divorciado debe ir posponiendo continuamente el momento de intentar iniciar una nueva aventura sentimental. Lo que más bien queremos decir es que todo divorcio precisa de su “duelo”, es decir: que toda persona que haya vivido la experiencia de un divorcio necesita ese tiempo de, por decirlo de algún modo, “llorar” el amor fallecido. Una vez transcurrido ese tiempo de duelo (en unas personas será mayor, en otras más corto), la persona ya se podrá plantear volver a ligar. Será cuando llegue ese instante cuando tendrá que tener en cuenta nuestros consejos para ligar después de un divorcio.
El primero, fundamental, tiene que ver con el estado psicológico de la persona. Un divorcio siempre deja huella. Ésta puede ser más leve o más profunda, más o menos sangrante, más o menos fácil de cicatrizar, pero siempre va a estar ahí y hay que contar con ella. Por eso, antes de dar el paso de ligar tras una separación, debemos analizarnos psicológicamente y medir nuestros niveles de autoestima. Confiar en uno mismo es fundamental siempre que se desea ligar, pero lo es más aún cuando se desea ligar después de un divorcio. Éste (habitualmente pasa) podrá haber dejado nuestra autoestima lastimada. Para recuperarla y hacer que las heridas que ésta haya podido sufrir cicatricen, deberemos reafirmarnos mentalmente. A ello nos ayudará, sin duda, el mejorar nuestro aspecto físico. Ir al gimnasio, cambiar nuestro look, renovar nuestro vestuario (incluso el de la ropa interior), nos ayudará a recuperar la confianza perdida y a tomar conciencia de que ligar después de un divorcio no solo no es un imposible, sino que es una opción que tenemos ahí, al alcance de la mano, esperando materializarse.
Otro consejo a tener en cuenta para ligar después de una separación tiene que ver con el espacio que debe ocupar en nuestra mente nuestra/o ex. Ese espacio debe ser, si no inexistente, sí mínimo. La expareja debe quedar borrada de la vida y, a ser posible, de la memoria de quien quiere ligar después de un divorcio. Esto, lógicamente, no siempre es fácil de cumplir. Es más: en ocasiones (en aquéllas en las que se tienen hijos en común) es prácticamente imposible. En estos casos, hay que saber gestionar la situación y emplazar al ex o a la ex en el lugar adecuado, que es aquél que le corresponde única y exclusivamente como madre o padre del hijo en común. Si esos hijos en común no existen, para ligar después del divorcio lo mejor es apartar completamente de nuestra vida a la persona de la que nos hemos divorciado. Eso nos facilitará la tarea de abrirnos a nuevos horizontes y e iniciar nuevas aventuras “ligeros de equipaje” y sin más mochilas que las estrictamente necesarias.
Ni penas ni miedos
Uno de los lastres que debemos arrojar por la borda si deseamos iniciar nuevas aventuras “ligeros de equipaje” es el de la autoconmiseración. Con demasiada frecuencia, la persona que se ha divorciado tiende a hacer partícipe a toda aquella persona que se le acerca del dolor y la pena que dicho divorcio le ha causado. Dar pena no es, nunca, una buena estrategia para ligar. Tampoco cuando lo que queremos es ligar después de un divorcio.
Asumido todo lo anterior debemos aceptar que las formas de ligar han cambiado mucho en los últimos tiempos. En este blog hemos dedicado a dicho fenómeno más de un artículo. Basándonos en ellos y en el análisis de las formas de relación social actuales, podemos decir que las aplicaciones para ligar son un buen instrumento para hacerlo, también después de un divorcio. Para saber cómo utilizar dichas apps échale un vistazo al largo listado de artículos que en esta web hemos dedicado a dar consejos sobre cómo utilizar las aplicaciones para ligar y, en algunos casos, las redes sociales.
Más allá de las aplicaciones para ligar y de las redes sociales, hay un espacio que puede resultar muy útil para ligar después de un divorcio. Ese espacio es el de las clases o cursos. ¿De qué? De cualquier cosa. Pueden ser de cocina, de fotografía, de pintura… El tema no importa. Lo que importa en verdad cuando se desea ligar tras una separación es el poder socializar y conocer gente nueva. No hay que olvidar que, como dice el refrán, “un clavo saca otro clavo”; y para que eso se cumpla es necesario ir allá donde se encuentran los “clavos”. Una app para ligar, un curso, el gimnasio, el club… cualquier lugar es bueno para ligar si hay predisposición para ello.
Para ligar después de un divorcio es necesario, también, liberarse del miedo. Mejor dicho: de los miedos. Y es que ligar puede convertirse en una tarea imposible si dejamos que los miedos nos atenacen. Entre los miedos que pueden influir en nuestro comportamiento a la hora de ligar después de un divorcio podemos destacar dos: el miedo a ser rechazado y el miedo a ser herido/a de nuevo. Si deseamos ligar tras una separación deberemos pensar que el implicarse emocionalmente con alguien no tiene por qué conducir siempre e inevitablemente a un final doloroso. Que nos haya pasado una vez no quiere decir, ni mucho menos, que nos vaya a pasar siempre. Si nos dejáramos arrastrar por este pensamiento nos alejaríamos de la posibilidad de ligar después de una separación y los efectos perniciosos del divorcio se harían más dolorosos y duraderos.
Finalmente, conseguida la cita, deberemos tener en cuenta dos consejos básicos que deben ser de obligada aplicación no solo cuando se va a ligar tras un divorcio, sino siempre que se va a ligar. Esos dos consejos son los siguientes:
- Sé siempre tú mismo.
- Disfruta de la experiencia sin agobiarte de antemano con el resultado de la misma.
Y es que, tras un divorcio, la opción de ligar no debe concebirse nunca como un sprint, sino como una carrera de fondo. Como dijo alguien, resistir es vencer.