Introspección freudiana
¿Te intimidan las mujeres? Pregúntatelo y contéstate honestamente. Si te sucede eso, si en el fondo te sientes un tanto intimidado por las mujeres, no te consideres alguien especial. A muchos hombres les sucede lo mismo. ¿El motivo? Que, con frecuencia, los hombres piensan que las mujeres poseen la llave de su felicidad futura. Este pensamiento se traduce en una inquietud: antes incluso de hablar con ellas, el hombre que piensa de ese modo ya está, de alguna manera, intimidado por ellas.
Esta sensación de intimidación hace que la situación se haga muy incómoda. Hay miedo a meter la pata, miedo a decir alguna tontería y miedo a quedar como un tonto ante esa mujer. Cuando se sienta ese miedo hay que plantearse si, de alguna manera, esa intimidación causada por esa mujer en particular es una intimidación heredada; es decir, si durante la infancia hubo una mujer que le provocara ese grado de intimidación.
El buscar una explicación un tanto freudiana no es algo estúpido ni una pérdida de tiempo. Piensa que la mayor parte de nuestros problemas residen en la psique. Piensa que realizar esa tarea de introspección y recuerdo puede servir para localizar el origen de esas sensaciones de intimidación que las mujeres, en ocasiones, provocan en los hombres. La localización primigenia de las causas de esa intimidación puede servir para sentir un cierto alivio y para iniciar el camino hacia la corrección de esa molesta sensación. Si realizamos esa introspección quizás conseguimos que entre las sombras del pasado emerja la figura de una tía, una madre, una profesora, una compañera de colegio, una prima o una vecina que, por hache o por be, causara en aquellos días que ya se fueron esa sensación de intimidación que ha lastrado toda nuestra vida emocional.
Localizar entre las sombras del pasado esa figura determinante en la formación de nuestra imagen general sobre la mujer es una buena manera de empezar a limpiar la mente para conseguir una vida más plena. La mirada que realizamos desde la intimidación es una mirada mediatizada. Lo que nos intimida aparece ante nuestros ojos como algo mayor de lo que en realidad es. Perdemos la objetividad y todas las mujeres aparecen englobadas bajo una misma e injusta etiqueta. Realizar esta generalización es un gran error. Y ese error es un lastre que pesa sobre nuestros ánimos como una losa a la hora de intentar ligar.
Tú intimidas, yo intimido…
Una buena manera de sacudirse en buena manera ese sentimiento de intimidación es prestar atención a un hecho al que muchos hombres, por regla general, no prestan atención. Ese hecho es algo que debería encorajar a todos aquellos hombres que se sienten intimidados por las mujeres es la constatación de que también muchas mujeres se sienten intimidadas por los hombres.
Comprender que una mujer puede sentirse acomplejada, indecisa, temerosa o intimidada ante la presencia de un hombre es algo que debe servir al hombre para despojarse de sus sentimientos de intimidación y para hacerle comprender que ante él no se alza ningún ser mitológico sino otra persona de carne y hueso que, al igual que él y que casi cada hijo de vecino, debe apechugar cada día con sus deseos insatisfechos, sus pequeños fracasos y sus complejos e inseguridades.
Este planteamiento debe servir para que el hombre que quiera ligar se decida a dar ese paso que separa el fracaso de un posible éxito. Sentirse como un ratoncito acobardado no ayuda a conseguir un ligue. La timidez excesiva y el miedo sólo sirven para alejarnos de nuestro objetivo. De esos lastres hay que desprenderse antes de aventurarse por los caminos de la seducción. Esa mochila pesa demasiado como para permitirnos una excursión fructífera. Dejar arrumbado ese indeseable equipaje es la mejor manera de garantizarnos una rápida llegada a la meta.
Desprenderse de las inseguridades y de ese sentimiento de intimidación permite superar los miedos y hace que el hombre se vuelva más receptivo. La receptividad y la seguridad son dos grandes compañeras de viaje del seductor. Ellas permiten que él se coloque a la cabeza del juego cuando éste se inicie.