El halago para ligar
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua lo define claramente como “palabra o expresión de admiración, halago o elogio que se dirige a una persona”. Eso, y no otra cosa, es o debería ser el piropo: una expresión de admiración, un elogio. Sabiendo eso, podemos hacernos una pregunta: ¿puede sentar mal un elogio? Sin duda. De hecho, hasta una juez, en una sentencia, ha llegado a dejar negro sobre blanco que un piropo es una “invasión de la intimidad de la propia mujer porque nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer”. Imaginamos que lo mismo sucede con el aspecto físico del hombre, aunque, en ocasiones, el feminismo combatiente obvia ese hecho en sus expresiones. En cualquier caso, y debido al peso determinante que la tradición y la historia tienen en el uso y contenido del piropo, es lógico pensar en él como en algo que el hombre, con mayor o menor gracia tanto en la forma como en el contenido, dice a la mujer.
Quizás sería en esos aspectos, en el de la gracia de la composición del piropo y en el tono más o menos amable o simpático de su expresión oral, donde habría que buscar los factores que determinen su mejor o peor acogida por parte de la mujer. Pero hay otros factores, más allá de la posible vulgaridad o no del piropo, que determinan su éxito.
La mejor o peor aceptación de un piropo radicará en factores de edad, culturales o en el contenido del propio piropo. La vulgaridad nunca es bien recibida. En lo que respecta al piropo, la forma es fundamental.
Por todos estos aspectos señalados podemos afirmar que el piropo es, como utensilio de conquista, un arma de doble filo. Puede abrir puertas momentáneamente (cruzarlas dependerá, finalmente, de otros factores) pero también puede cerrarlas de manera definitiva invalidando cualquier esfuerzo de conquista posterior. Por eso hay que tener especial cuidado en su uso.
Un piropo puede no ser bien recibido por diversos factores. Puede ser, por ejemplo, que al piropear halaguemos algo que para la mujer piropeada no es tal motivo de halago. Que esa mujer no se crea merecedora de nuestro halago puede ser un motivo suficiente para que dicha mujer nos ponga una cruz. Resulta complicado conocer la psicología de las personas, máxime si acabamos de conocer a dichas personas. Puede ser que, al proferir un piropo, estemos alabando algo que, por un motivo u otro, puede acomplejar a dicha persona.
También puede suceder lo contrario. Es decir: que la mujer crea que sí es merecedora de dicho piropo. Si es así, es probable que ya haya sido piropeada en ese sentido alguna que otra vez. Eso implicará una cosa: que nuestro piropo no será sino una reincidencia de lo consabido. Acostumbrada a oírlo, ese piropo habrá perdido el mayor efecto de todo piropo: su capacidad de impactar.
Tanto en un caso como en otro, el piropo, muy probablemente, activará las alarmas de la persona piropeada. “Sí, sí”, podrá decir la mujer piropeada ante tu piropo, “tu halagas mi capacidad de trabajo y mi gusto por la buena literatura; pero en el fondo lo que te interesa es llevarme a la cama”. La obviedad de tus intenciones puede, en estos casos, desactivar la posibilidad de realización de las mismas.
También puede suceder que la persona piropeada considere tu piropo como algo que no debería producirse entre personas con vuestro bajo nivel de conocimiento o confianza. El piropo, por según qué mujeres y en según qué circunstancias, puede ser tomado como un exceso de confianza. Como un abuso.
El piropo implícito
¿Queremos decir con todo esto que debes renunciar al piropo como arma de conquista? No necesariamente. Pero sí que debes tener cuidado. Quizás lo más idóneo, si deseas servirte de él, sea articular lo que algunos expertos en seducción llaman piropo implícito. Este tipo de piropo se basa en un algoritmo que se asienta sobre los siguientes pasos de pensamiento:
- Admiro a las mujeres que A.
- Cuando admiro a esas mujeres me veo obligado a saludarlas.
- Por eso estoy obligado a saludarte.
Este tipo de construcción mental en la que A es aquello que queremos alabar en la mujer da lugar a un tipo de frase en la que queda claro que el piropeador se dirige a la mujer piropeada porque no tiene otro remedio, porque hay un impulso en él que, más allá de su voluntad, le hace saludar, piropear o presentarse ante aquellas personas que atesoran esa precisa virtud o belleza que el piropeador alaba.
Esta modalidad de piropo puede resultar muy halagadora para la mujer. Que el piropeador se muestre como arrebatado por una necesidad casi vital de recalcar a la piropeada su belleza o virtud puede añadir al acto del piropeo un factor de infantilismo o de predestinación que puede resultar especialmente tierno para la mujer. Pruébalo. Quizás te vaya bien. En cualquier caso, intenta averiguar de antemano si el feminismo es, en la mujer que quieres piropear, una especie de sacerdocio. Si es así, ahórrate el intento. No eches tú la llave a puertas que ni siquiera están entreabiertas.