La excusa facilona

El de escudarse en la suerte es un recurso tan facilón como estéril. Echar la culpa a la mala suerte es, siempre, la excusa de quienes no están dispuestos, bajo ningún motivo, a reconocer sus carencias, sus errores o sus debilidades. El de echar mano a la responsabilidad de la mala suerte es un recurso muy común en muchas facetas de la vida. A la mala suerte le atribuimos el no conseguir un puesto de trabajo, la derrota de nuestro equipo e, incluso, el no ligar. ¿Qué importa si otra de las personas que aspiraba a nuestro puesto de trabajo exhibía mejor currículum que el nuestro y tenía más experiencia en las tareas a desempeñar en el puesto de trabajo solicitado? ¿Qué más da si el equipo rival desarrolló un juego más fluido y tuvo a sus jugadores mejor colocados sobre el terreno de juego? ¿Qué importancia tiene que estuviéramos hablando a la chica que queríamos conquistar durante toda la noche de un tema que le resultaba profundamente desagradable? La culpa, decimos, fue de la mala suerte y sólo ella fue la responsable de nuestro fracaso.

Echar la culpa a la mala suerte implica recurrir a lo sobrenatural, a lo místico. Culpar implica, ante todo, descargarse de culpa. El no hacernos responsables de nuestro fracaso nos libera de un sentimiento que puede resultar doloroso, pero nos impide cambiar el curso de los acontecimientos. Los psicólogos más reputados rechazan, por supuesto, el hecho de que la suerte o la mala suerte sean las responsables, por ejemplo, de un rechazo amoroso. Para ellos, la suerte (o lo que acostumbramos a llamar suerte) tiene mucho que ver con lo que hacemos para estar preparados para aprovechar las oportunidades que la vida nos presenta.

Pero… ¿qué es la suerte? Decimos que alguien tiene suerte cuando, de manera inesperada, se topa de manera más o menos reiteradas con situaciones que le resultan favorables. Solemos decir, por ejemplo, que un jugador de póker tiene suerte cuando nos acostumbramos a verle ganar en diferentes manos, y de una manera más o menos reiterada, de una partida. Y podemos, así, responsabilizar a la suerte de ser quien ha hecho que dicho jugador gane una determinada mano. Podemos hacerlo, claro, pero estaremos faltando a la verdad. Y es que hay estudios que apuntan a que eso que llamamos suerte no acaba teniendo a la larga tanta importancia como creemos en una partida de póker. Al parecer, un 90% de los factores que tienen que ver con el éxito de un jugador de póker tienen que ver con las habilidades de dicho jugador. Por el contrario, sólo un 10% de los factores que acaban influyendo en el desarrollo y conclusión de una partida de póker tiene que ver con la aleatoriedad propia de un juego de cartas. Así, la preparación para enfrentarse a las diferentes situaciones que pueden darse en una partida de póker es esencial para que un determinado jugador pueda considerarse eso que llamamos un jugador con suerte.

Consejos para crear la propia suerte

Así, pues, según el estudio mencionado y según otros muchos estudios y teorías de carácter psicológico, el hombre puede ser responsable último de su suerte, o, dicho de otro modo, puede crear su propia suerte. Más allá de recurriendo al uso estéril de talismanes y de sortilegios contra las supersticiones, el hombre puede, tomando el control de su propia vida y haciéndose responsable casi absoluto de ella, generar las circunstancias que propicien la sucesión de acontecimientos que puedan ser definidos como de buena suerte. ¿Cómo se consigue eso? Siguiendo los siguientes ejemplos:

  1. Relativizando ante todo las experiencias negativas e intentando aprender de ellas. Escudarse en la mala suerte implica paralizarse, bloquearse, dejar de avanzar. Y para alcanzar una meta, no lo olvidemos, hay que avanzar. Hay que optar siempre por el optimismo y convertir en lema la frase de Winston Churhill: “el optimista ve una oportunidad en toda calamidad”, dijo en una ocasión el célebre estadista inglés, “y el pesimista”, remachó, “ve una calamidad en toda oportunidad”. No seamos, pues, pesimistas. Si lo somos lo único que conseguiremos será desperdiciar oportunidades de triunfar.
  2. Siendo asertivos y proactivos. O, lo que es lo mismo, buscando nuestro propio camino. Como canta Serrat: “si hay que vivir y morir, quisiera hacerlo en mi nombre”.
  3. Evitando los riesgos inútiles y sin propósito. El correr riesgos inútiles no es el mejor camino para triunfar y sí el más directo para chocar contra imprevistos e imposibles que nos van a hacer pensar, erróneamente, en cómo la mala suerte nos destroza o amarga la existencia.
  4. Marcándonos una meta (en este caso ligar con una persona) y confiando en ella y, sobre todo, en nuestras posibilidades de alcanzarla.
  5. Poniendo plazos a nuestras metas y haciendo que dichos plazos sean razonables. Salirse de lo razonable no significar en modo topar con la mala suerte; significa, simple y llanamente, chocar con la realidad. Y la realidad, tengámoslo siempre presente, es muy pero que muy testaruda.
  6. Elevando el nivel de nuestras expectativas y ejercitando la máquina de imaginar grandes y favorables sucesos. Para ello hay que engrasar constantemente la maquinaria de la curiosidad. Sin curiosidad resultará más difícil toparse con experiencias diferentes a las que ya estás acostumbrado a vivir. Mantener la curiosidad de la infancia es, pues, un requisito imprescindible para crear la propia suerte.
  7. Trabajando inteligentemente buscando las alianzas más favorables.
  8. Buscando nuevas experiencias. Eso nos podrá llevar a lo que, en definitiva, es el tuétano de eso que llamamos suerte: el estar en el sitio adecuado, en el momento oportuno y con la gente correcta. El dar en la diana, vamos.
  9. Siendo positivos.
  10. Siendo persistentes. No desanimarnos al primer revés y persistir en el esfuerzo es una condición imprescindible para crearse la propia suerte.

Siguiendo los consejos anteriormente enunciados podrás forzar o favorecer la aparición de situaciones en las que puedas disfrutar de lo que tradicionalmente has llamado buena suerte y que en muchas ocasiones no es sino el reconocimiento a un esfuerzo y a un trabajo previo. Hagamos ese trabajo previo y tendremos mucho ganado.