A cara o cruz

Ha llegado el momento de la verdad. Tras muchas conversaciones on line, tras mucho tira y afloja dialéctico, tras mucho ¿a ti te gusta…? has quedado finalmente con esa persona con la que contactaste en tu web de citas preferida. Habéis pasado los primeros momentos de nervios. Habéis constatado uno y otro que no habíais mentido demasiado en vuestros perfiles. Sois, aproximadamente, como decíais ser. Y las fotos que habéis colocado en el perfil no son demasiado antiguas. Habéis tomado un par de consumiciones (¡cómo se seca la boca con los nervios!). Os habéis liberado de la tensión previa al encuentro con unas risas compartidas y francas (¡qué bien sientan la risa para desdramatizar lo que no debería de ser dramático!). La atracción y el deseo empiezan a tejer su particular tela de araña. Y se acerca el momento del primer beso.

Sabes, por experiencia, que un beso es como una tarjeta de presentación. Un beso puede ser la puerta de entrada a un espacio de placer y delirio. Pero también puede ser una puerta que se cierra e impide de manera definitiva el paso a ese espacio maravilloso. Por eso es importante acertar o, cuanto menos, no cometer un error garrafal que convierta el beso en un desastre.

Un error garrafal es ir a besar llevando el mal aliento como bandera. No dudamos de tu higiene bucal, pero puede ser que hayáis acabado de comer o cenar y que aún permanezca por tu boca el sabor de alguno de los alimentos que habéis comido. Un chicle, un caramelo o, mejor aún, una limpieza o un enjuague urgente en el lavabo pueden servir para inyectar un soplo de frescura a tu aliento y para convertir tu boca en una ofrenda de fruta fresca y jugosa para la boca de tu pareja.

Besar sin prisas

Otro de los errores a evitar es el del apresuramiento. Las prisas son malas para todo; también para besar. El besar y ser besado es un placer en sí. Algo profundamente erótico y sensual. No es sólo el preliminar de algo más. Por eso el beso debe darse sin prisas. Hay que recrearse en él. La intensidad del beso irá incrementándose, si ha lugar, poco a poco. El beso es también una forma de exploración y de conocerse. Comerse los morros de buenas a primeras cuando aún no ha existido un contacto previo más suave acostumbra a ser contraproducente. Las ansias hay que disimularlas. Aunque lleves mil años sin besar a nadie. Los muertos de hambre, en esto del ligar, asustan un poco. Que nadie crea que te estás aferrando a sus labios con la desesperación con la que el náufrago se aferra al tronco flotante en mitad de la tormenta.

La mejor manera de iniciar un beso es anticiparlo con una mirada claramente intencional. Que la mirada no llame a engaño. La mirada debe ser, ya, un poco un beso. Tal vez su preludio. Tal vez su anuncio. Los ojos, quizás, deberían cerrarse una vez iniciado el beso. Eso puede ayudar a incrementar la intimidad del mismo. Después, debe llegar el beso.

¿Cómo debe darse ese primer beso? Dando un beso normal con el que, suavemente, se toquen ambos labios. Cuando se haya dado ese primer paso, ya se puede besar solamente uno de los labios. No importa si es el superior o el inferior. Irás intercambiando un labio y otro. Si la respuesta es positiva por parte de la pareja (es decir, si ella intenta, también, besar tus labios de manera individual), será la lengua quien empezará a aventurarse, con pequeños toques, por sus labios. Seguramente no tardará en llegar el momento en que las dos bocas se abran y se fundan dejando que las dos lenguas se aventuren hacia el espacio ofrecido, húmedo, acogedor y abierto de la otra boca.

Cuando ese momento llegue, no inundes de saliva la boca de tu pareja. Aunque estés babeando por ella. Piensa que ella tiene su propia saliva y que el beso también consiste en que las intercambiéis. Si inundas su boca con tu saliva, tu pareja puede sentirse ahogada. Y a nadie le gusta ahogarse aunque sea a causa de un beso apasionado.

El arte del beso

Salvando esos escollos ya citados (el mal aliento, las ansias y la saliva excesiva), hay que concentrarse para mejorar la calidad del beso. El besar no puede ser algo realizado de manera funcionarial. El beso tiene su propio arte o, cuanto menos, su propia artesanía. Los labios, los dientes, la lengua y las manos (sí, también las manos) son los instrumentos con los que debe esculpirse, pintarse, escribirse o componerse esa obra de arte que debe ser el beso.

La lengua, por ejemplo, no debe horadar la garganta de la pareja. Al menos de buenas a primeras. Las lenguas deben jugar entre ellas. Deben bailar en el interior de las bocas. Para que ese baile sea efectivo y bello hay que intercambiar las iniciativas. Es decir: hay que dejar que sea la pareja la que, de vez en cuando, dirija la acción. Eso puede de servir de magnífica academia del beso. Se descubrirán, así, nuevas formas de besar, técnicas desconocidas.

Las lenguas, dentro de las bocas enlazadas, deben masajearse suavemente. Y deben luchar cuando la pasión empiece a desbocarse. Será ella, la pasión, la que irá determinando la intensidad con la que esas dos lenguas enlazadas interactúen.

Para que el baile de las lenguas se produzca de una manera cómoda y natural es importante adquirir una buena postura. La postura de los cuerpos debe proporcionar cercanía para, lógicamente, poder besarse, pero también debe proporcionar comodidad.

Esa comodidad debe conjugarse con la relajación. El beso debe darse sin tensión. El estrés o los nervios hacen que el cuerpo se tense y la tensión del cuerpo acostumbra a traducirse en unos labios tensos y duros. Nadie quiere ser besado por unos labios duros. Y todo el mundo quiere ser acariciado mientras besa y es besado. Por eso las manos pueden jugar un papel fundamental en un buen beso.

Efectos positivos del beso

Acariciar el rostro, los lóbulos de las orejas, el cuello, el cabello, el pecho, la cintura, los glúteos… puede servir, sin duda, para intensificar los efectos positivos de los besos o de una sesión de ellos que debe convertirse en un placer por sí misma. Gracias a los besos aumentará el nivel de dopamina (sustancia asociada directamente a la sensación de bienestar), de testosterona (hormona asociada al deseo sexual), de adrenalina y de oxitocina. El arte de besar, así, se convierte en el mejor camino para agitar una coctelera de sustancias hormonales y corporales asociadas directamente al placer.

Entregarse al beso es entregarse a la dicha y al bienestar. Superada la prueba con la pareja recién conocida, las puertas que dan al salón de placeres más íntimos se abren de par en par. Dentro de ese salón brillan, con especial intensidad, otro tipo de besos: los que tienen como destino los genitales de la pareja. Felaciones y cunnilingus nos esperan dentro de ese salón como lo que son: las grandes estrellas del sexo oral. Para llegar a ellas, sin embargo, hay que pasar la prueba del primer beso. Él está ahí, esperándonos, y nosotros ya sabemos lo que hay que hacer para darlo como corresponde.