Es inevitable. Tarde o temprano hay alguien que, deseándolo o no, nos acaba ofendiendo. Y eso se hace más irremediable cuanto mayor es nuestro ego y más falsa o baja es nuestra autoestima. Si nuestro ego, per natura, se siente débil, nosotros tendemos a reforzarlo sirviéndonos del reconocimiento y la aceptación de los demás. Las personas que se sienten más valiosas por sí mismas, sin necesidad de recurrir a ese refuerzo llegado desde el exterior, más a salvo se encuentran del daño que puede causar una crítica y de la posibilidad de sentirse ofendidas.

En un mundo en el que las redes sociales se han convertido, en buena medida, en un canal por el que verter al exterior nuestras opiniones sobre cualquier tema, el encontronazo entre opiniones discordantes o, directamente, enfrentadas, se ha hecho inevitable. Y ese encontronazo, sumado a la falta de respeto hacia las opiniones ajenas y a la progresiva radicalización de las posiciones, radicalizadas en buena medida por el anonimato que en la mayor parte de las ocasiones permiten las redes sociales, ha hecho que el insulto y la ofensa se hallen a la orden del día.

Dentro de la dinámica descrita, el ofendido intenta ofender y el agravio se paga con el agravio. Ante la ofensa, el común de los mortales intenta ofender a quien le ofendió, intenta pasar al contrataque, intenta devolver el dolor que se le ha causado, un dolor que, en algunas ocasiones, viene a sumarse a otros dolores anteriores. En cierto modo, toda nueva ofensa tiene la capacidad de reabrir viejas heridas, de volver a hacer sangrar la que ya sangró.

Para gestionar las ofensas de una manera positiva, lo primero que debe hacer la persona que, por sus opiniones, se expone a los demás, es saber que nuestra opinión no tiene por qué gustar a todo el mundo. Intentar ganar el aplauso de todo el mundo es pecar de ingenuidad y, lo que es peor, arriesgarse a convertirse en una persona complaciente e indefinida, una persona sin un perfil propio que, a la corta o a la larga, va a ser tenida por insustancial, por tibia. Y eso, tenlo siempre claro, no es buena propaganda a la hora de convertirse en un seductor.

La ignorancia del Otro

Una vez asumido que nuestra opinión y nuestro posicionamiento en el mundo no tiene por qué ser coincidente con la opinión de los demás, debemos saber cómo gestionar las ofensas y las críticas. A este respecto, muchos teóricos hablan de adoptar las posiciones defendidas por personajes como el escritor y político inglés (llegó a ser Primer Ministro del Reino Unido) Benjamin Disraeli, el filósofo y editor estadounidense Elbert Hubbard o el también Primer Ministro británico Winston Churchill. Si el primero defendía el “nunca expliques, nunca reclames” y el segundo afirmaba que no se debía intentar explicar la propia posición porque, al decir de él, los amigos no necesitaban dicha explicación y los enemigos nunca iban a creerla, Churchill defendía también la postura de no dar explicación alguna de las propias posiciones y defendía dicha postura esgrimiendo los siguientes argumentos:

  • Explicar a los que no se conoce implica, en cierto modo, buscar la aprobación de esas personas y, al hacerlo, otorgarles un cierto poder sobre nosotros.
  • Explicar una postura implica, de alguna manera, exhibir una cierta falta de confianza en la propia postura, en la propia iniciativa.
  • Las explicaciones corren el riesgo de convertirse en excusas.

El análisis del Otro

Una vez expuestas estas opiniones más o menos autorizadas de las tres personas citadas y teniendo en cuenta que la radicalidad, también a la hora de gestionar las ofensas, no siempre es un buen camino y que el “nunca” no debería ser una guía fiable para transitar la vida, ¿qué podemos hacer para gestionar las críticas?, ¿cómo debemos afrontarlas?

Una vez que nos hayan ofendido, para gestionar la ofensa debemos preguntarnos sobre el grado de intencionalidad del ofensor. ¿Lo ha hecho queriendo? ¿Lo ha hecho sin querer, simplemente por falta de preparación o sensibilidad? Hay que pensar que hay personas poco delicadas o cultivadas que, sin querer y sin darse cuenta, ofenden. Si queremos gestionar las ofensas correctamente debemos saber intuir la intencionalidad de la persona. En el caso de que la persona haya deseado ofendernos lo mejor y más inteligente, la mejor manera de gestionar la ofensa es, indudablemente, ignorarla. Como mucho, podemos recurrir al cinismo para contestar a esa persona. Con el uso de ese recurso lo que estamos haciendo es demostrar al ofensor tres cosas. Una: que hemos percibido la ofensa. Dos: que somos conscientes de su intencionalidad. Y tres: que esa persona carece del poder de ofendernos, que su poder hacia nosotros nos resulta insignificante.

A la hora de gestionar una ofensa y defenderse de ella, el cinismo es un arma de primer orden. Pero el uso del cinismo no debe entenderse ni confundirse con el uso de una respuesta que deba servir para, tras una batalla dialéctica, derrotar al contrincante. El uso del cinismo a la hora de gestionar una ofensa sirve precisamente para que no exista tal batalla, para cortar de cuajo su posibilidad de nacer. Y es que el hecho de plantear batalla implica, en el fondo, que lo que se nos ha dicho nos ofende, nos hiere, nos causa daño. Al usar el cinismo, lo que estamos diciendo al ofensor mientras gestionamos la ofensa es que, en el fondo, en el fondo, dicha ofensa no existe. No te has salido con la tuya, le estamos diciendo. Y ésa, en definitiva, es la mejor manera de desarmar al ofensor.

Una vez hecho eso, para nosotros queda una tarea que debe servir para enriquecernos como personas y para incrementar nuestra inteligencia a la hora de movernos en el mundo. Esa tarea consiste en meditar sobre las motivaciones que puede tener esa persona que intenta ofendernos para hacerlo:

  • ¿Quiere sentirse superior a nosotros?
  • ¿Es una persona herida y proyecta sus inseguridades sobre nosotros?
  • ¿Muestra su infelicidad de ese modo?
  • ¿Es un envidioso o, mejor dicho, puede envidiarnos por algo?
  • ¿Nos está, por el motivo que sea, poniendo a prueba?
  • ¿Quiere practicar con nosotros un juego de poder?
  • ¿Tiene algo a ganar si despierta en ti tu ira, te hiere o te obliga a concentrar en ella tu atención?

Al final, todos los consejos útiles para gestionar las ofensas se concentran y resumen en un principio básico: el de asumir que sólo tiene poder para ofendernos aquella persona a la que se lo concedemos. No le concedamos, pues, dicho poder, y evitaremos el riesgo de ser o sentirnos ofendidos.