Aunar quiénes somos y cómo nos comportamos

Quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás determina, en buena medida, nuestra capacidad de seducción. En este sentido, la coherencia entre una cosa y la otra es fundamental. El seductor debe transmitir coherencia y honestidad. El comportarse de una manera excesivamente diferente a como en verdad se es no es una buena tarjeta de presentación a la hora de intentar seducir a una persona pues es muy probable que, más pronto que tarde, dicha persona alcance a vislumbrar la magnitud de la impostura.

Ser coherentes con nosotros mismos es, en buena medida, hacer aquello que la mente o el cuerpo nos pide sin, por ello, violentar la libertad de los demás. Ser coherentes es, por ejemplo, dirigirnos de manera educada a la persona que nos atrae y no coartar nuestras propias posibilidades de ligar por no poner en la misma onda nuestro pensamiento con nuestros actos.
Para aprender a coordinar quiénes somos y cómo nos relacionamos es importante ejercitar la capacidad de “estar presentes” o, dicho de otro modo, de saber vivir el presente, de saber prestar atención y disfrutar de cada nuevo minuto que la vida nos concede, de desprendernos de un modo de comportarnos que en demasiadas ocasiones es demasiado autómata y que con demasiada frecuencia puede dejar en nosotros una siempre insana sensación de vacío.

Para aprender a vivir el presente y, con ello, conseguir una más íntima relación entre quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás, debemos considerar cada día como un regalo único que debemos intentar exprimir al máximo. Para hacerlo, debemos eliminar todas las condiciones que acostumbramos a poner a las vivencias para delimitar las fronteras de eso que llamamos felicidad. Poner condiciones a la felicidad es, en gran medida, malograr la posibilidad de su existencia. La felicidad verdadera es una felicidad que no acepta condiciones. ¿Por qué sólo me sentiré feliz cuando tenga una pareja? ¿Por qué sólo podré ser feliz cuando tenga un día de fiesta? Éstas son las preguntas de las que debemos tomar conciencia para comprender hasta qué punto al hacérnoslas ponemos condiciones a la felicidad y alejamos la posibilidad de alcanzarla. Si solo estoy dispuesto a considerarme feliz en días festivos, me estoy condenando a ser una persona infeliz cinco de cada siete días. Cambiar esa mentalidad será fundamental para ser, en definitiva, más feliz; y para cambiarla sólo hay que hacer una cosa: aprender a vivir el presente.

Consejos para vivir el presente

Para aprender a vivir el presente debemos evitar caer en un error en lo que todos, en mayor o menor medida, caemos: el de vivir atrapados en un tiempo inexistente. ¿Qué queremos decir con eso? Que pasamos gran parte de nuestra vida entre el pasado y el futuro pero no exactamente en el presente. Los sentimientos de culpa y los remordimientos provenientes del pasado, mezclados con las incertidumbres, preocupaciones y temores que sentimos ante el futuro arruinan nuestro presente y nos llenan, en muchas ocasiones, de angustiosos sentimientos de ansiedad e insatisfacción. Para evitar eso hay que tomar conciencia del presente y empezar a vivirlo plenamente. ¿Cómo? Siguiendo los siguientes consejos:

  • Abriendo completamente los ojos para contemplar con atención todo lo que nos rodea.
  • Prestando atención a todos los inputs exteriores que reciben nuestros sentidos. Los sonidos, los olores, el mismo viento cálido o frío… Aprender a desconectar nuestra mente para centrarnos en percibir es una buena manera de aprender a vivir el presente.
  • Gozando de un baño sin prisas, sintiendo el tacto cálido del agua en la piel, el olor del jabón, el ruido que hace el agua al caer… Todo ello puede ayudarnos a olvidarnos de todo lo que no sea nuestro yo.
  • Aprendiendo a mirar a los ojos de las personas con las que hablamos.
  • Aprendiendo a saludar con una sonrisa en los labios y un saludo amable.

La importancia del mindfulness

Vivir el presente implica aplicar lo que en Psicología se llama el mindfulness, una cualidad de nuestra mente que implica estar plenamente presentes en un momento determinado, como si nada, excepto ese momento, importara verdaderamente. Quien adquiere como hábito de vida la aplicación del mindfulness consigue aunar perfectamente el quién es con el cómo se comporta con los demás y, así, no sólo reduce su nivel de estrés y mejora su capacidad de atención, memoria y concentración, también incrementa su atractivo como seductor.

Para aprender a vivir el presente o, dicho de otro modo, para saber aplicar el mindfulness, debemos aceptar las experiencias que nos llegan sin ponerles a priori una etiqueta positiva o negativa, debemos renunciar al intento de intentar controlar todo lo que nos rodea, fomentar nuestra capacidad de reflexionar antes de actuar y deshacernos para ello de las ideas preconcebidas y los prejuicios, ya que unas y otros nos obligan, en buena medida, a enfrentarnos a determinadas situaciones asumiendo patrones de respuestas preconcebidas que coartan todas posibilidad de espontaneidad.

Para ello nada mejor que abrirnos a nuevas experiencias con el ánimo de saborear cada instante que vivamos de dicha experiencia. Para ello deberemos convertir en máxima de nuestra vida una locución romana que guarda íntima relación con nuestro objetivo de vivir el presente: “carpe diem”. Convirtiendo ese “carpe diem” (aprovecha el momento) en máxima que guíe nuestro comportamiento vital conseguiremos estrechar los lazos que unen el quiénes somos con el cómo nos comportamos respecto a los demás. Consiguiéndolo nos convertiremos en personas más atractivas y, por tanto, con mayores facultades de seducción.