Consejos para ligar

Nadie dijo que ligar fuera fácil. Hay que vencer las inseguridades a la hora de conocer gente. Hay que reafirmar la autoestima si pretendemos seducir a alguien. Hay que ejercer un perfecto autocontrol sobre nuestras emociones y sentimientos si no queremos exponerlos a una laceración excesiva si andamos por la vida de Don Juan. Hay que mostrarse, según se lee en algún listado de consejos perdido en algún blog, inaccesible y misterioso, pero nunca inalcanzable. Hay que ser constante y paciente, asumir los noes con dignidad y saber articular nuestra oferta de estímulos. Alternar fases de atención con otras de indiferencia hacia la persona elegida de una manera racional y nunca claramente nítida es, también, otro de los consejos que acostumbran a darse por expertos y blogeros. Crear misterio e intriga sobre nosotros se convertiría, así, en una estrategia capital a la hora de colocarnos en el centro de las inquietudes de la persona a la que queremos conquistar.

Otro consejo habitual que se da a aquél que quiere lanzarse al ruedo del ligoteo es el que se fundamenta en la necesidad de analizarse y conocerse. Asumido que no somos Paul Newman o algún que otro guaperas con titulación popular de conquistador irresistible, debemos identificar nuestros atractivos para, así, potenciarlos de la manera adecuada. Una vez encontrados, delimitados y potenciados, intentaremos lucirlos en un ambiente en el que dichos atractivos puedan ser valorados convenientemente. Después de todo, cada ambiente tiene sus propias reglas de comportamiento. De la misma manera que no hablamos ni nos comportamos igual entre amigos que en un ambiente más formal, tampoco utilizaremos los mismos trucos para ligar en un gimnasio que, pongamos por caso, en una presentación de libros.

Sonrisa y educación

En uno y otro ambiente, sin embargo, hay algo que no puede faltar: la sonrisa. La sonrisa es la mejor carta de presentación, es la mejor mano tendida. La educación, el ser atentos con esa persona a la que queremos seducir, es la otra. La educación se sostiene sobre una serie de comportamientos que, siendo necesarios en todo trato humano, se vuelve imprescindible cuando de lo que hablamos es del arte de la seducción. Dejar hablar sin renunciar por ello a exponer nuestras ideas o nuestro punto de vista forma parte de las normas mínimas de educación. ¿Cómo hacer creer a alguien que nos interesa por algo más que por su físico si apenas hacemos el esfuerzo de intentar escuchar lo que nos dice? Hay estudios realizados al respecto. Según estos, la cantidad de interjecciones de asentimiento que los hombres realizan cuando habla una mujer es directamente proporcional al éxito del flirteo.

La conversación, así, se convierte en una parte fundamental del cortejo. Es en la conversación donde afloran los gustos y éstos son no sólo el posible punto de contacto entre las mutuas aficiones, sino la puerta de entrada a nuevos temas de conversación, a nuevas indagaciones y a nuevos territorios que explorar sobre la personalidad de esa persona en la que, seguramente, nos habremos fijado por cuestiones mucho más prosaicas que sus gustos o lo que intuimos puede ser su forma de ser. Serán sus ojos, la forma y el tamaño de sus pechos, sus glúteos en reposo o movimiento, su manera de caminar o su estilo general el que nos habrá llamado la atención, pero será esa conversación la que servirá para que, mentalmente, esa persona ocupe un lugar determinado en nuestro ranking de deseo pudiendo, incluso, hacer que nos planteemos abandonar nuestra acreditada condición de swinger.

El amor romántico

Y es aquí, en el momento en que calificamos a esa persona como futurible media naranja y persona con la que compartir nuestro mañana, cuando debemos tener presente, antes de dar cualquier paso que comprometa nuestro futuro, algo de lo que no acostumbra a hablarse: que el carácter casi mítico y peliculero que se ha dado al amor es mal consejero para tomar decisiones de carácter erótico-amoroso que comprometan nuestro futuro. Nuestra cultura ha tintado al amor de romanticismo y lo ha convertido en una especie de mito apto para que Disney o Hollywood lo explote comercialmente sirviéndose de cualquier producto con ínfulas de eternidad.

El amor perpetuo, el amor eterno, el amor romántico que nada ni nadie podrá cambiar, el que nos unirá en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo… ése es el amor que se ha vendido y publicitado habitualmente por la literatura y el cine. El que está fabricado contra el asedio implacable y erosionador de las dudas. Un amor falso, en definitiva. Y es que la duda es humana; terriblemente humana. Quizás nada nos hace tan humanos como la duda. La certeza absoluta sólo es propia de los dioses y los locos. También de los fanáticos, claro; pero éstos ya quedan alistados en el batallón de los locos.

Para vivir una larga historia de amor, deberás lidiar con las dudas porque las dudas siempre estarán ahí. Unas veces se mostrarán a las claras. Otras, no tanto. En el primero de los casos, se convertirán en una prueba de fuego que la pareja tendrá que superar. Porque nada es eterno, y la pasión menos. Y es absurdo proclamar, con el inicio de la pareja, la muerte de toda posibilidad de atracción sexual que no tenga lugar en el seno de la misma. Yo estaré contigo, pero en momentos puntuales desearé a otras. Tú estarás conmigo, pero en algunas circunstancias desearás a otros. Y fantasearás sobre cómo podría haber sido tu vida si… Esto ha sido, es y será siempre así.

En el fondo, esto, que parece tan en contra del concepto de amor tal y como se nos ha inculcado, es lo más normal y habitual y humano. Por eso la decisión de tomar una pareja “para toda la vida” debería tener un componente más racional que no pasional. Un polvete de una noche puede (y en el fondo debe) fundamentarse sobre la mutua atracción física o sobre el calentón que se lo lleva todo por delante. El flechazo del llamado enamoramiento (ese quedar deslumbrados y expuestos) puede no ser buen consejero para sentar las bases de una relación que se pretenda de largo recorrido. Algo así nos aconseja el marqués de la Rochefoucauld, aquel hacedor de aforismos francés del siglo XVII, cuando nos dice: “un hombre razonablemente enamorado puede actuar como un loco, pero no debería ni puede actuar como un idiota”. Eso debes tenerlo presente a la hora de ligar o de plantearte, una vez has ligado, convertir ese ligue en algo más serio, estable y duradero. Lidiar con las dudas y con los celos formará parte de esa historia de pareja. El modo en que cada pareja resuelva esa batalla será personal e intransferible. Algunas lo harán dándole un carácter abierto a la misma. Otras trapichearán con la infidelidad y los celos. También será personal e intransferible, por supuesto, el modo en que la pareja, en caso de hacerlo, sucumba a esa batalla de la que hablábamos.