El miedo al no

Podemos imaginar lo que sientes. Un día fijaste tus ojos en una mujer bellísima. Era imposible que no sintieras deseo por ella. Todo en ella invitaba a la sensualidad. Todo en ella incitaba al deseo. Por eso olvidaste todas tus prevenciones y tus complejos y tus miedos y te tiraste de cabeza a la piscina. Cuando caíste, resultó que la piscina no tenía agua. Fracasaste en el intento de seducir a aquella belleza con la que todavía sueñas de tanto en tanto y lo que quedó en ti fue una herida y un miedo. La herida del rechazo se fue curando. En cierto modo, ayudó a ello el hecho de que, lejos del apretón del deseo, empezaras a darle vueltas a la cabeza. Te dijiste que era normal aquel rechazo, que qué podías esperar, que no estaba hecha la miel para la boca del burro. Es decir: de aquel rechazo quedó en la epidermis de tu personalidad la cicatriz de la autoestima lesionada.

Por eso, porque la cicatriz de aquella herida permanece perenne a la vista de tu memoria, no has vuelto a intentar ligar con una de esas chicas cañón ante las que hombres y mujeres se quitan el sombrero, ellos con el arrobo del deseo y la excitación, ellas con el puntito justo o injusto de envidia. Las ves pasar ante ti, las miras y remiras, incluso te permites fantasear con una noche de pasión (fantasía que suele acompañarte en los momentos en los que, en la intimidad de tu hogar, les brindas como homenaje el fruto de tu masturbación) y, finalmente, te dejas vencer por el desánimo y el temor a tropezar de nuevo con la misma piedra o a caer otra vez en el mismo agujero. Y las ves marchar, calle adelante, hermosas e inalcanzables como los mejores sueños.

No vamos a decirte que esa reacción no sea humana, pero sí que en demasiadas ocasiones las actuaciones humanas (en ésta también) tienen poco que ver con la lógica. Piensa que cada mujer es un mundo. Al igual que no hay dos hombres iguales no hay dos mujeres iguales. La belleza no es un don que iguale psicológicamente a las mujeres. Por haber, hasta hay mujeres hermosísimas con una autoestima que apenas les alcanza para salir a la calle. Así dicen que era Marilyn Monroe. Truman Capote lo contó como nadie podía, puede ni podrá contarlo. Así son, también, esas chicas delgadísimas que, mirándose al espejo, sólo saben ver el cuerpo de una mujer gorda. ¿Inexplicable? Tanto como la psicología humana. En mayor o menor medida, todos tenemos un rarito dentro.

Dos mujeres hermosas son dos universos distintos. ¿Quién dice que una de ellas no puede darte el sí? ¿Quién te asegura que ese bellezón que trabaja contigo y que lleva prendidas a sus posaderas las miradas de todos los hombres y mujeres de la oficina no tiene la rareza de sentir atracción por los chicos como tú? Esa mujer tan hermosa puede tener sus carencias afectivas y, aunque te parezca mentira, también sexuales. Quizás tú tienes algo que ni siquiera tú sabes que tienes y que ella sí sabe ver y desea de ti. ¿Quién te dice que no está esperando que avances un paso hacia ella para decidirse a compartir contigo su tiempo y su intimidad?

No te pongas barreras. Que una mujer hermosa te rechazara no quiere decir que todas vayan a rechazarte. No te agotes analizando cada uno de sus gestos. No crees estereotipos en base a lo oído o a lo que una vez te pasó. Y, sobre todo, no te bloquees. Sabemos que la contemplación de la belleza femenina puede alterar tu estado de conciencia. Embeleso, atontamiento, llámalo como quieras. En cualquier caso, una especie de tensión.

Técnicas de relajación para ligar

Liberar la tensión que en ti produce la observación de esa belleza femenina que quieres seducir es fundamental antes de dar un paso en dicho sentido. Hay técnicas para hacerlo. Puedes, por ejemplo, liberarte de esa tensión dejándola escapar por los pies. Como si fuesen la toma de tierra de una instalación eléctrica, tus pies deben ser el punto de contacto para que el suelo se lleve ese exceso de energía que la contemplación de la belleza femenina te produce y que actúa de manera negativa sobre tu voluntad. Presiona con los pies contra el suelo. Siente cómo la tierra y tus pies ejercen fuerzas contrapuestas. Nota la presión de tu fuerza (contrarrestada por la del suelo) en tus pies y en tu espalda. Flexiona muy levemente las rodillas para realizar dicha presión. Hazlo en tres ocasiones. Si esto lo haces mientras te diriges de palabra a tu adorado objeto del deseo conseguirás algo fundamental: tu atención conseguirá centrarse parcialmente en algo que no es esa belleza un tanto castrante de la mujer a la que quieres seducir. Y eso juega a tu favor. Psicológicamente, restas poder de atracción a la hermosa mujer con la que quieres ligar, la haces menos divina, la humanizas y, al humanizarla, la haces más asequible.

Del resto de factores del cortejo sólo podemos decirte que apliques lo que suele recomendarse en todo tipo de cortejo: naturalidad, sonrisa, capacidad de escuchar, buena presencia, cuidado corporal, afabilidad, educación… Nada que no pueda servir para cualquier tipo de mujer. El sí o el no dependerá de la belleza o no de la mujer. Dependerá de otros factores. En cualquier caso, si alguien tiene que decir no debe ser ella, la hermosa. No te lo digas tú por anticipado. Y si el no, finalmente, llega, consuélate pensando en el viejo refrán que asegura que “la suerte de la fea la rica la desea”. Después de todo, el placer (por suerte) no es un bien de exclusivo uso para todas aquellas y aquellos cuyo físico que ajusta al canon de lo que consideramos bello. Y tampoco el amor. Uno y otro están ahí, esperándote. Sal a buscarlos y no temas por las consecuencias de su búsqueda.