Seducción existencialista

Quien siga de una manera más o menos regular nuestras publicaciones de Objetivo Ligar sabrá que de vez en cuando nos gusta hacer referencia a los diferentes manuales de seducción que diversos autores han ido elaborando a lo largo de la historia. Así, hemos hablado aquí de autores como Julien Blanc y de polémico sistema para ligar, de las teorías de Catherine Hakim sobre el capital erótico, del método de seducción de Neil Strauss, de El arte de la seducción de Robert Green… También hemos dedicado algún que otro artículo a analizar la figura del seductor y hemos intentado dar respuesta a la pregunta “¿qué diferencia a una persona seductora de una que no lo es?”. En esta ocasión, queremos analizar la respuesta que dio a esta pregunta un filósofo y teólogo danés del siglo XIX que es considerado el padre del existencialismo, una corriente filosófica que centró sus esfuerzos, entre otros temas, en el análisis de la condición humana y de las emociones. El filósofo del que hablamos es Søren Kierkegaard (1813-1855) y la respuesta que él dio a esa pregunta fue una novela titulada Diario del seductor.

Kierkegaard se sirvió en Diario del seductor de la figura de un tal Johannes para esbozar su teoría sobre la seducción y el seductor. El seductor de Kierkegaard es un ser ambiguo y tenebroso y, como todo personaje que reúna dichas características, debe ser dibujado y descrito sirviéndose y prestando atención a múltiples matices. Diario del seductor sería, de alguna manera, el texto escrito por un narrador anónimo que comentara un cuadernillo encontrado y en el que se recoge el diario de ese seductor que es Johannes.

Johannes nos cuenta en Diario del seductor la estrategia que utilizó para conquistar a Cordelia, una muchacha de la que, dice Johannes, se ha enamorado perdidamente. Según el lector de Diario del seductor vaya conociendo los “trucos” empleados por Johannes para conquistar a Cordelia y el avance de su estrategia de seducción, irá descubriendo que el afán que mueve a Johannes no es tanto el amor como un sentimiento muy distinto. Johannes piensa que “la mujer existe esencialmente para otro ser”. No encontraremos, sin duda, feminista alguna que apruebe el concepto que de la mujer tiene el Johannes de Kierkegaard. Después de todo, Johannes defiende que la única tarea digna a la que puede aspirar la mujer es a abandonarse completamente en brazos de su amado. Sacrificarse incondicionalmente a él: ése debe ser, según Kierkegaard, el objetivo principal de toda mujer. Lo que Johannes persigue es, pues, que Cordelia le pertenezca con todo el ardor y pasión que ella sea capaz de experimentar hacia él.

Triunfo y adiós

¿Lo consigue Johannes? Sí, sin duda. Las palabras escritas por Kierkegaard a través de su voz no dejan lugar a dudas. Tras su primer (y único) encuentro “erótico”, Johannes escribe lo siguiente:

“¿Por qué no había de durar infinitamente una noche como ésta?
Ahora, ya ha pasado todo; no deseo volverla a ver nunca más…
Una mujer es un ser débil; cuando se ha dado totalmente lo ha perdido todo: si la inocencia es algo negativo en el hombre, en la mujer es la esencia vital…
Ya nada tiene que negarme. El amor es hermoso, sólo mientras duran el contraste y el deseo; después, todo es debilidad y costumbre.
Y ahora ni siquiera deseo el recuerdo de mis amores con Cordelia. Se ha desvanecido todo el aroma. Ya ha pasado la época en que una muchacha podía transformarse en heliotropo a causa del gran dolor de que la abandonasen…
Ni siquiera deseo despedirme; me fastidian las lágrimas, y las súplicas de las mujeres, me revuelven el alma sin necesidad.
En un tiempo la amé, pero de ahora en adelante ya no puede pertenecerle mi alma… De ser un dios, haría con ella lo que hizo Neptuno con una ninfa: la iba a transformar en hombre…”
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Importa el camino

¿Malvado? ¿Detestable? ¿Inmoral? Sin duda, cualquiera de estos adjetivos podría aplicarse al modelo de seductor descrito por Kierkegaard en Diario del seductor. Pero que sea malvado, detestable e inmoral no quiere decir que sea inexistente. Ese seductor existe. Y ese seductor no puede evitar, en el momento de conseguirlo, un marcado sentimiento de rechazo hacia lo que tanto había ansiado y perseguido. Johannes, el seductor, ha cosificado al objeto de su seducción. La seducida es, para Johannes y, por tanto, para Kierkegaard, un mero instrumento al servicio de su placer. Para proporcionar ese placer, la seducida debe ser dominada, deshumanizada. Y es precisamente ese proceso de deshumanización lo que más excita al seductor de Kierkegaard. El seductor que Kierkegaard retrata en Diario del seductor se asemeja sobremanera a un perfil prototípico de cazador: aquél que, más que por el placer de cobrar la pieza perseguida, encuentra placer en el hecho de perseguirla. Al seductor de Kierkegaard le apasiona y excita perseguir un objeto, y cuanto más difícil es de “cazar”, más le apasiona y excita. Una vez conseguida, la presa pierde todo su valor. Por eso la abandona para buscar una nueva pieza.

En cierto modo, este modo de comportamiento es el que caracteriza al prototipo de Don Juan, una figura literaria que ha quedado para los restos como prototipo de seductor (no en vano, donjuán es uno de los sinónimos de seductor) y que se caracteriza en su acción seductora precisamente por eso: por valorar mucho más la persecución de la pieza que la captura de la misma.

Doblegar la voluntad del objeto perseguido: ése es el objetivo principal del seductor de Kierkegaard. Ese doblegamiento debe producirse de manera sutil; es decir: la persona cuya voluntad ha sido doblegada no debe ser consciente de que se está operando dicho proceso. El propio narrador rechaza a esos amantes, “en general mezquinos”, que “no vacilan en recurrir al dinero, a la fuerza, a las influencias externas, a los filtros de amor y a otros”. Según Johannes, la seducida debe sufrir una especie de hechizo, un encantamiento. Dicho encantamiento le hará creer que todos sus pasos serán dados por iniciativa propia. Así, lo que se esconde tras el proceso de seducción que esboza Søren Kierkegaard en Diario del seductor es el engaño. Seducir, pues, consiste en engañar, en hacer creer al seducido que las intenciones que mueven al seductor son muy distintas a las intenciones que, en verdad, le animan.

Una de las enseñanzas que deja Søren Kierkegaard en Diario del seductor es que engañar no se basa tanto en el uso de la mentira como en el empleo de la ambigüedad. Más que mentir, lo que el seductor debe hacer debe ser emplear las medias palabras. Jugar con las apariencias será mucho más útil al seductor que mentir directamente. Para seducir, el seductor deberá ejercer la seducción como un arte. De manera metódica y paciente, el seductor de Kierkegaard debe comportarse como un gourmet de los detalles, un alquimista que supiera mezclar en la medida justa astucia y sentimiento, deseo e inteligencia.

El seductor de Kierkegaard es, en definitiva, un tipo de persona que persigue el ideal de la belleza. El seductor de Kierkegaard anhela vivir de una manera estética y es esa estética, ese deseo de poetizar la realidad, más que la conquista, lo que guía sus pasos.