Boda por amor versus boda concertada

Estamos intoxicados de romanticismo o, mejor dicho, de una concepción romántica de las relaciones de pareja. Ahora no podemos concebir que la base sobre la que se establece una pareja no sea eso que llamamos amor. ¿Por fortuna? Muy probablemente. Vivimos tiempos en los que los príncipes ya no tienen que casarse con princesas. En la actualidad, los príncipes pueden casarse con actrices, nadadoras, diseñadoras de moda o presentadoras de televisión. La de tener sangre real corriendo por las venas ya no es una condición sine qua non para aspirar al papel de esposa de un príncipe de Inglaterra, Mónaco, Hannover o España. Y lo aplaudimos con convicción. Por eso nos escandalizamos cuando sabemos de determinadas culturas en las que aún se estila eso de las bodas concertadas. Y nos escandalizamos olvidando con demasiada frecuencia que las cosas aquí funcionaban así no hace demasiado tiempo.

En tiempos en los que disponemos de un sinfín de medios a nuestro alcance para facilitarnos eso de ligar (podemos hacerlo online, por teléfono, por correo electrónico, por WhatsApp, en restaurantes, en discotecas, en bares, en bibliotecas, en la universidad, en centros comerciales, en la cola del paro, sirviéndonos de la ayuda de webs de contacto o de apps de citas) conviene no olvidar y tener presente que no siempre fue así. Eso puede servirnos para no sentirnos demasiado decepcionados si nuestra estrategia de seducción no sale bien o si no conseguimos a la mujer que deseamos. Y es que el amor no siempre triunfa ni siempre ha triunfado en la historia. Y menos aún entre los que siempre podrán considerarse clase privilegiada por herencia genética: los príncipes.

Los príncipes, claro, disfrutaban de una vida principesca. Tenían vasallos y privilegios. Tenían posesiones y riquezas. Pero, ¡ay!, no podían elegir su amor. O no podían, al menos, elegir su esposa. Ésta les era impuesta. Para experimentar el sentimiento del amor o, cuanto menos, de la pasión erótica, ya estaban las amantes. El matrimonio monárquico tenía una finalidad capital: dar hijos varones al príncipe o al rey. O sea: garantizar que la situación excepcional de la afortunada familia se perpetuara en el tiempo. O, lo que es lo mismo, que existiera un heredero a la corona.

Pero ésa no era la única finalidad que se atribuía a un matrimonio entre personas de sangre real. El matrimonio real y el matrimonio entre príncipes también servía para establecer alianzas (de Francia y España, por ejemplo, contra Inglaterra) o para aumentar los dominios de un reino. Lo Castilla con Aragón o Aragón con Castilla (tanto monta, monta tanto) sería, en este sentido, el ejemplo prototípico de cómo un matrimonio entre reyes ha tenido tradicionalmente a lo largo de la Historia una motivación más política que romántica.

Requisitos para ser mujer del príncipe o el rey

Quien deseara aspirar a ser mujer de príncipe debía cumplir una serie de requisitos:

  • Ser de una familia reinante.
  • Tener apariencia de prolífica.
  • Aportar una dote valiosa en dinero, rentas, joyas, etc.
  • Poseer derechos de soberanía.

En determinados países, además, se exigía que la candidata a esposa del príncipe o rey debía ser de la misma religión que éste. En España, por ejemplo, se exigía (¿se exige todavía?) que la futura esposa de quien estaba llamado a convertirse en rey fuera católica o, cuanto menos, estuviese dispuesta a convertirse. Ése fue el caso, por ejemplo, de la británica Victoria Eugenia de Battemberg, británica de nacimiento y anglicana en cuestiones de fe. Para casarse con el monarca español Alfonso XIII en 1906, Victoria Eugenia, nieta de la reina Victoria I del Reino Unido y sobrina del rey Eduardo VII, tuvo que bautizarse como católica.

Para localizar a la candidata a reina o princesa se ponía en marcha lo que comúnmente llamamos “la maquinaria del Estado”. Los embajadores buscaban princesas o infantas casaderas por los países aliados, se realizaban negociaciones políticas secretas, se intercambiaban retratos, se organizaba un viaje oficial de la futura nueva princesa o reina… En algunos casos, hasta se realizaban bodas por poderes entre príncipes y princesas que aún eran niños. Todo eso de la seducción, la atracción mutua, la conquista y el flechazo estaba de más. No contaba para nada cuando se pasteleaban, cocinaban o tramaban los matrimonios reales.

De la infidelidad a la bastardía

Claro, en matrimonios realizados así lo normal era que las cosas no salieran todo lo bien que debieran. Más allá de que se cumpliera con el imperativo de procrear para asegurar la dinastía, lo habitual es que los reyes destacaran tanto por sus virtudes y éxitos como gobernantes como con su fama de infieles empedernidos. No hace falta realizar un listado exhaustivo de los monarcas y reinas que cornificaron reiteradamente a su cónyuge. Seguro que cualquiera tiene más de un nombre quemándole en la boca.

Para que no se nos acuse de mojigatos o cobardicas por callar todos los nombres daremos el de un monarca que podría ejemplificar a la perfección hasta qué punto las monarquías saben distinguir entre lo que es el matrimonio y lo que es la pasión sexual. Nuestro nombre es el del monarca español Felipe IV (1605-1665). A Felipe, hijo de Felipe III, le prometieron cuando tenía seis años con Isabel de Borbón, hija del monarca francés Enrique IV. A la muerte de ésta, y para que todo quedara en casa, Felipe IV se casó con su sobrina Mariana, la hija de su hermana. Si con la primera esposa Felipe IV tuvo ocho hijos, con la segunda (la que tenía su sangre) tuvo cinco. Pero Felipe IV de España, rijoso per natura, no tuvo bastante con los servicios sexuales prestados por sus legítimas. Según comentan algunos historiadores, el Austria corría tras actrices y monjas e iba dejando su semilla real esparcida por todo Madrid. Eso hizo que, al morir, Felipe IV dejara tras de sí al menos treinta hijos bastardos. La figura del bastardo era muy habitual en la época. De hecho, uno de ellos, Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos V y, por tanto, hermano por parte de padre del rey Felipe II, fue uno de los grandes jefes militares de la Historia de España. Y como grande de la Historia de España está enterrado en El Escorial, cerca de donde se encuentran enterrados los reyes de España desde el emperador Carlos V.

Que en la historia de los matrimonios reales abunden las infidelidades no evita que, en ocasiones, lo que se había tramado como matrimonio de conveniencia o matrimonio concertado no acabase dando lugar a una historia de amor. Eso se dice, por ejemplo, de los matrimonios entre Carlos I de España y su prima hermana Isabel de Portugal (1526), entre Carlos III y María Amalia de Sajonia (1738) o entre Alfonso XII y María de las Mercedes de Orleans (1878).

Ahora, ¿por fortuna?, soplan otros vientos. Y si colocamos el “por fortuna” entre interrogantes es porque uno no deja de pensar que el de tener cierta libertad para elegir compañera de por vida podía ser una de las pocas ventajas que podía tener un molinero, un afilador o un barbero sobre quien, por nacimiento, está predestinado a una vida privilegiada. Si ahora los reyes, además de serlo y de disfrutar de dicho privilegio, pueden ligar y casarse con quien quieran… ¿qué nos queda a los vasallos para no sentirnos pertenecientes a una sociedad injusta por natura?